Aniversarios republicanos. Por una pedagogía de la democracia
Durante 2006 vamos a conmemorar dos fechas que marcan hitos rotundos en la historia contemporánea de España, por no decir en la historia de España a secas. Se trata de dos ocasiones íntimamente relacionadas con los intentos de democratización y modernización experimentados por este país, y con la lucha en defensa de esos avances y conquistas.
El primero de ellos es el 75 aniversario de la proclamación de la II República Española. Setenta y cinco años es tiempo suficiente como para tener ya una perspectiva histórica -y si se quiere hasta académica-, de lo que supuso la llegada de la democracia a España, tras la quiebra definitiva del Antiguo Régimen y de su prolongación, la pseudo-democracia de la Restauración monárquica, con aquél estrambote prefascista que fue la dictadura del general Primo de Rivera.
La fiesta cívica del 14 de abril de 1931 supuso la irrupción en la vida política institucional española de las clases populares y trabajadoras, que por cierto ocuparon su lugar de modo ejemplarmente maduro para una sociedad a la que las clases dominantes y sus instituciones del período anterior pretendían mantener indefinidamente en el atraso, la ignorancia y el fanatismo. La República mostró que los españoles en realidad no diferían de cualquier otro pueblo europeo, y que una vez roto el corsé de hierro que habían soportado durante siglos, eran capaces de tomar su destino con sus manos y comenzar a construir un futuro mejor para todos.
Vista desde hoy, sorprende la extensión y profundidad de la obra legislativa y de gobierno que desarrolló la II República, sobre todo si se tiene en cuenta el brevísimo tiempo del que dispuso: apenas el período que va de abril de 1931 a julio de 1936, del que hay que descontar los años 1934 y 1935 -el Bienio Negro-, durante el cual la reacción derechista llegó al gobierno mediante las urnas e intentó frenar desde las propias instituciones republicanas las reformas en marcha. La crispación social y política que generó tal programa, frustrante para las aspiraciones tanto de la izquierda española como de los nacionalistas catalanes, desencadenó la Revolución de Octubre de 1934, acallada mediante una represión salvaje encomendada por el gobierno al general Franco, quien ensayó en Asturias las tácticas de guerra sin cuartel y represión terrorista que aplicaría en todo España menos de dos años después.
Fracasado ese intento de liquidar la República por la vía de la democracia formal, la derecha recurrió en 1936 a la asonada militar –en realidad, a los pocos meses de proclamada la República ya lo había intentado con la "Sanjurjada" sevillana-, aplicando los cánones clásicos del "pronunciamiento" militar tantas veces llevado a cabo durante el siglo XIX. La reacción popular y de una parte de los aparatos estatales frustró la toma del poder inmediata por los rebeldes, y el golpe de Estado derivó en una sublevación militar parcial que, al conseguir apoyo internacional de los regímenes nazi alemán y fascista italiano, se transformó en una guerra de exterminio contra la población afecta al Gobierno legítimo.
Esta matanza duró casi tres años, comenzó el 17 de julio de 1936 y la propaganda franquista la bautizó primero como Cruzada Nacional, y luego –una vez desaparecidos sus valedores nazi-fascistas europeos-, como Guerra Civil. Los historiadores, sobre todo los hispanistas, no contaminados por la interpretación ideológica franquista de la guerra, prefieren llamarla Spanish War, Guerra de España. El próximo mes de julio se conmemorará por tanto el 70 aniversario de su inicio.
Aunque tres cuartos de siglo transcurridos desde entonces parezcan mucho tiempo, buena parte de los datos del problema español continúan sobre la mesa, y ello a pesar de la innegable modernización general experimentada por el país en las últimas décadas. Tras una Transición a la democracia que en la práctica supuso una amnistía general para los franquistas y el mantenimiento de su poder e influencia en todos los ámbitos de la vida española -salvo en la representación política directa-, no es extraño que sigan sin solucionarse los grandes temas del pasado: desde el diseño definitivo de la propia arquitectura del Estado hasta la radical desigualdad social entre clases, desde la hegemonía ideológica de la Iglesia católica hasta la adscripción ultraderechista de la mayoría de mandos militares… y tantos otros asuntos nunca resueltos en un sentido eficiente y democrático.
Así, no es extraño que hace apenas unos días un teniente general en activo se atreva a amenazarnos con un golpe de Estado militar ante las reformas desplegadas por el actual Gobierno socialista. O que el partido que aglutina a la derecha española esté cada vez más cerca del perfil ultramontano, antidemocrático y progolpista que caracterizó a los derechistas españoles durante la II República. Lo denuncian en sus editoriales de las últimas semanas publicaciones internacionales tan poco sospechosas de izquierdismo como The Financial Times, The Economist y New York Times.
Valdría pues la pena que estas dos conmemoraciones fueran aprovechadas para, desde su recuerdo y divulgación, desplegar una efectiva pedagogía de lo que es y representa vivir en democracia, y de cómo la defensa del interés común nos exige una vigilante y activa participación en los asuntos públicos, so pena de que éstos vuelvan a ser hegemonizados -probablemente de nuevo por la fuerza bruta-, por quienes no se resignan a ceder privilegios ni aceptar transformaciones que alteren la posición dominante de sus intereses y valores sobre el conjunto de la ciudadanía.
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