La Agrupación Socialista de Dachau. Testigos del horror
Hace algunos meses, en coincidencia con el 60 aniversario de la liberación de los campos de concentración nazis, EL SOCIALISTA publicó una contraportada de homenaje a los hombres y mujeres que sufrieron el horror del internamiento en aquellos centros de exterminio de seres humanos. El artículo iba acompañado con la reproducción de una fotografía de bastante mala calidad que tenía el siguiente pie: “Campo de concentración de Dachau en mayo de 1945. Supervivientes miembros del PSOE”. La imagen proviene del fondo de la Fundación Pablo Iglesias.
Recorté la foto y le pedí a un compañero de trabajo que se ocupa en diseño gráfico que la escaneara e intentara restaurarla lo mejor posiblre (gracias Armando). Una vez sensiblemente mejorada la imprimí, y ahora la tengo dentro de un pequeño marco de metacrilato con pie, sobre una balda del mueble-librería de mi bliblioteca.
Reconozco que por culpa de este pequeño documento he estado a punto de incumplir una norma que me fijé hace tiempo: no subir imágenes gráficas al blog, y reservar así todo el espacio de los post exclusivamente para textos. Bien es verdad que antes se podían almacenar imágenes en álbums aparte, pero a partir de un momento dado los álbums dejaron de funcionar y su contenido ya no puede administrarse ni visualizarse, por lo que renuncié a colocar cualquier imagen en AVENTURA EN LA TIERRA. Si Diariogratis subsana el tema de los álbums seguramente subiré esta foto, pero mientras tanto tendréis que conformaros con la descripción que ahora facilitaré.
En la fotografía aparecen nueve hombres, seis de ellos sentados o agachados y otros tres de pie, agrupados un poco al estilo en que antes se hacían las fotos los equipos de fútbol. Los hombres de pie que hay en los extremos del grupo sostienen las puntas superiores de una bandera de unos dos metros de largo por uno de alto, en la que aparecen pintadas o bordadas las siglas “PSOE” y sobre ellas el viejo anagrama del partido (el yunque sobre el cual reposan una pluma y un libro abierto). A espaldas del grupo se ven como planchas de hormigón verticales, que deben formar una pared del recinto del campo de concentración.
Los hombres de la foto son todos de mediana edad, salvo el que según la mirada del espectador ocupa el extremo derecho, que parece bastante más joven que los demás (los compañeros de más edad seguramente debieron fallecer víctimas de privaciones y enfermedades, y los más jóvenes probablemente fueron asesinados primero). La gran mayoría de los que aparecen en la fotografía tienen aspecto campesino, y se diría que provienen de la España profunda de la época; curiosamente, son los que sostienen la bandera, el joven del extremo derecho y un hombre calvo situado en la izquierda del grupo, quienes tienen aspecto más urbano.
De los nueve supervivientes, cuatro llevan todavía completo el uniforme a rayas de los presos, y otros dos conservan los pantalones de presidiario; los demás se han vestido con ropa civil, y uno situado en el centro lleva una gorra de visera que parece de tipo militar.
En general el aspecto de los integrantes del grupo es bueno y sólo uno de ellos, sentado en la parte izquierda de la foto, parece encontrarse muy deteriorado físicamente. Posan de modo sobrio, sin afectación, y miran serenamente a la cámara, conscientes de estar viviendo un momento histórico. Su seriedad remite a esas fotos antiguas en las que aparecen miembros del partido posando alrededor de una mesa de reuniones, si bien en circunstancias obviamente menos penosas.
Para estos hombres finalizaba un calvario de nueve años –los tres de la Guerra de España, otro pasado entre el internamiento en Francia y el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, y los cinco de la ocupación nazi y la deportación a los campos de exterminio-, que habían puesto a prueba el temple de muchas personas y el arraigo de sus convicciones. Semejantes pruebas habían sacudido hasta lo más hondo espíritus de gentes como el científico y escritor Primo Levi, judío italiano y sobreviviente del Holocausto, quien escribió en su autobiografía que después de los campos de concentración era imposible seguir creyendo en Dios. Como él, otros muchos que sobrevivieron a la experiencia de la deportación sintieron derrumbarse sin remedio sus más íntimas creencias.
Emociona saber que allí donde los intelectuales se dejaron llevar por el nihilismo y la desesperación, un grupo de hombres sencillos, por contra, y a pesar de haber estado encerrados tras los mismos alambres y haber sido sometidos al mismo horror, reaccionó de un modo diametralmente opuesto: apenas pasó la tormenta y decididos a reafirmar en público sus convicciones, sacaron su bandera al patio y se hicieron una foto para la posteridad.
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