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Franco sigue cabalgando, pero un poco menos

Seguro que los amables lectores han oído hablar –mucho o poco, según sea su edad- de un señor nacido a finales del siglo XIX en la población gallega de Ferrol: un tipo bajito, de voz aflautada y tripita redondeada, mediocre y sin talento, que fracasó en los exámenes para ingresar como cadete en la Marina y que en la Academia militar de Toledo era el último mono de su promoción; un ser tan mezquino y poca cosa que, siendo tenientillo recién llegado a la plaza, sus compañeros de armas en Melilla le echaron bola negra y no le admitieron en la logia masónica militar local

Andando el tiempo ese individuo llegó al importante cargo de dictador perpetuo de España, en parte debido a su carácter taimado y en parte a una serie de carambolas de la Historia, entre las cuales destacan las ocasionadas por las muertes en extrañas circunstancias de quienes en su propio bando podrían haberle hecho sombra. Se hizo llamar Generalísimo de los Ejércitos, aunque hubiera sido más apropiado que dada su cortedad (y no sólo física), le hubieran llamado Generalito. Popularmente se le conoció como Francisco I el Hidráulico, por su propensión compulsiva a inaugurar pantanos, y la mítica Radio Pirenaica le llamaba el Enano Mantecoso. Claro que algunos de sus compinches, caso del deslenguado general Queipo de Llano, le llamaron cosas aún peores para su mentalidad, como Paca la Culona y Doña Francisquita, ellos sabrían el por qué.

 

El caso es que este caballero –por llamarlo de alguna manera- imperó sobre vidas, conciencias y haciendas en España cuarenta años largos, durante los cuales probablemente algunos de entre mis amables lectores fueron invitados a alojarse gratuitamente en alguna de las muchas residencias para díscolos que se repartían por todo el país; a otros simplemente “les hicieron una cara nueva”, como se decía por entonces, por manifestarse en contra del poder absoluto de aquel señor, y otros en fin salimos bastante bien librados en lo físico aunque seguramente bastante tocados en lo psíquico después de haber pasado por la escuela católico-franquista.

 

Total, que a los treinta años de que don Francisco Franco se fuera al Cielo –suceso que, entre paréntesis, no hace sino redundar en el progresivo descrédito de ese lugar-, resulta que aún tenemos algunas de sus estatuas formando parte del paisaje urbano de nuestras ciudades. Uno se queda perplejo al ver el follón que se ha montado porque en Madrid han retirado la última que tenían en la calle. ¿A estas alturas aún estamos así? Pues sí, señor, aún estamos así.

 

Imaginemos por un segundo que en las calles y plazas de las ciudades alemanas siguieran campando nombres como estos: avenida de Adolf Hitler en Hamburgo, plaza de Joseph Gobbels en Frankfurt, calle del mariscal Goering en Colonia….y que frente a los edificios ministeriales en Berlín continuara emplazada una estatua de Hitler a caballo. Pero puestos a imaginar, sigamos imaginando que los discursos de Hitler estuvieran enmarcados en las salas de oficiales del ejército alemán, y que en las academias militares alemanas hubieran estatuas, bustos y fotografías del Fuhrer nazi. ¿Inimaginable, verdad?.

Pues eso sucede en España en los callejeros de algunas poblaciones (no muchas, pero sí unas cuantas), y en las sedes de las instituciones militares (en su mayoría). Esto es lo que hay.

 

Luego vienen Zaplana, Rajoy y otros significados “centristas” a decir que haber ordenado retirar la estatua ecuestre de Franco que quedaba en Madrid es la prueba de que “este es el gobierno más radical de la historia de la democracia española" (sic, Zaplana).

Lo raro es que lo dicen sin terminar con un ¡Arriba Ejjpania! brazo en alto y dando un taconazo, como sería lo propio.

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