11-M, un año después
Hoy hace exactamente un año, tuvo lugar el más monstruoso atentando terrorista sucedido nunca en España. Ese 11 de marzo de 2004 perdieron la vida en Madrid 192 personas y otras 2.000 quedaron heridas, muchas de ellas con secuelas para toda la vida.
A pesar de todos los intentos de manipulación e intoxicación propiciados por quienes ostentaban entonces el poder, fue imposible ocultar la verdad: el atentado era consecuencia natural de la irresponsabilidad, la obcecación y la incompetencia de un gobierno embarcado en una política exterior absurdamente sumisa respecto al Imperio y estúpidamente agresiva en escenarios donde nada se jugaba España.
La factura extendida a nombre del aznarismo fue cobrada en sangre de ciudadanos españoles y residentes extranjeros: "vuestra guerra, nuestros muertos", se repetía esos días con toda razón en las calles de todo el país.
Y ello sin descartar que tras el autor material del atentado, el terrorismo islámico, hubiera habido realmente una "autoría intelectual" ajena por completo a él, y cuyo objetivo bien hubiera podido ser contribuir a la estabilización en el poder de la derecha española y al reforzamiento de su identificación con los designios imperiales, del mismo modo como el 11-S sirvió para legitimar y estabilizar el cuestionado primer mandato de Bush, y facilitó el desarrollo e implementación de políticas recortadoras de libertades en el interior y abiertamente imperiales en el exterior. No sería en absoluto contradictorio que los verdugos inmediatos hubieran sido usados, sin ser ellos conscientes, como peones al servicio de una estrategia de fondo cuyos objetivos fueran diametralmente opuestos a los del terrorismo islámico.
Fuera como fuese, apenas tres días después del atentado las urnas fueron inexorables con el aznarismo y sus valedores: por primera vez en Europa, un gobierno que gobernaba con mayoría absoluta perdía las elecciones y toda credibilidad ante una amplia mayoría de sus ciudadanos. Con todo, habría que matizar que el desgaste del aznarismo había comenzado tiempo atrás, y que analistas solventes daban por perdidas las elecciones para la derecha desde hacía semanas, si bien no por el margen finalmente resultante el 14-M.
A partir, de ahí, la guerra total y más suciamente revanchista. Y aún así, a pesar del formidable despliegue llevado a cabo desde el 11-M por la misma macro corporación mediática que en los años noventa allanó el acceso al poder del partido de la derecha española, no han conseguido evitar que la verdad de lo sucedido durante esas jornadas decisivas –al menos la verdad inmediata, identificable-, se haya ido abriendo camino, conociendo e imponiendo.
En los meses transcurridos desde el 11-M, hemos asistido a una verdadera caída de los dioses. El final de toda una época se ha ido escenificando en representaciones parciales, con momentos culminantes casi consecutivos con motivo de sendas comparecencias ante la Comisión parlamentaria de investigación creada al efecto: la presencia de un Aznar más chulesco y desafiante que nunca, la de un Rodríguez Zapatero que ahogó bajo el peso de la documentación policial y judicial cualquier intoxicación derechista, y por fin, la de Pilar Manjón, portavoz de la Asociación de Víctimas del 11-M, convertida ya en la Madre Coraje de la democracia española y cuya voz fue la voz dolorida y airada de un pueblo entero.
Substanciadas las responsabilidades políticas, quedan pendientes las penales. Y no sólo las correspondientes a autores y cómplices en la preparación y ejecución de la masacre (que ya están siendo investigadas de forma eficaz), sino también la de todos aquellos que de alguna manera fueron colaboradores indirectos pero necesarios de ella: el círculo del poder aznarista, que convirtió en inevitable la tragedia.
Hoy sabemos que desde mucho antes del 11-M, hubo señales que anunciaban de algún modo lo que iba a suceder precisamente por causa de las decisiones tomadas en política exterior por el gobierno Aznar. Lejos de tenerlas en cuenta, los gobernantes españoles de entonces prefirieron mirar para otro lado y fingir que nada podía pasar, al modo en que los niños cierran los ojos para no ver lo que se les viene encima.
Más que su actuación canalla intentando esconder la realidad a partir del 11-M, lo que más tarde o más temprano conducirá ante un tribunal a José María Aznar y a sus colaboradores más inmediatos en esa época será todo cuanto ocurrió precisamente antes del 11-M. Es decir, todo aquello que hizo inevitable el 11-M, y que puede simbolizarse en la tristemente célebre "foto de las Azores".
Ya sabemos que el 11-M se pudo evitar. Conocemos a los responsables que debían haberlo evitado, y sabemos que no hicieron nada para evitarlo. Es lógido por tanto que paguen penalmente por ello.
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