Sembradores profesionales de odio
Durante el pleno en el que se aceptó a trámite parlamentario el proyecto de reforma del Estatuto de Catalunya, el político catalán Josep Antoni Duran Lleida utilizó buena parte de su discurso para interpelar directamente a la Conferencia Episcopal Española.
Duran i Lleida es, por encima de todo, un hombre conservador, cauteloso y poco dado a estridencias. Nacionalista "moderado" y máximo dirigente desde hace años de la UDC, un pequeño partido demócrata-cristiano, es quizá el político de este país que más se aproxima al arquetipo de político de derechas vigente en la Italia de postguerra hasta la debacle del sistema, a finales de los noventa; en suma, Duran Lleida es de los que pueden dar y recibir puñaladas muy hondas sin que se le despeine un pelo de su ya escaso cabello ni pierda una eterna y educada media sonrisa.
En esa ocasión, sin embargo, Duran Lleida abandonó todo circunloquio y dijo muy claramente y con tono enérgico algo que piensan muchas personas en Catalunya y en toda España, coincidan o no con los planteamientos ideológicos de éste político. El núcleo de su breve pero intensa intervención lo sintetizaba perfectamente el titular con el que el EL PAIS introducía la información al día siguiente: "Duran Lleida pide a la Iglesia que deje de sembrar tanto odio en sus medios".
Y es que desde los medios de comunicación de la Iglesia, singularmente desde la cadena de radio COPE, hace años que se impulsa activamente la estrategia de la tensión en la vida política y social española, estrategia incrementada de un modo salvajemente exponencial a partir de la pérdida del poder de la derecha española el 14 de marzo de 2004.
La descalificación global y el uso reiterado de la mentira, el insulto, la calumnia y la difamación son las poco evangélicas armas que se disparan desde la emisora de los obispos; los destinatarios han sido y son variados, pero siempre coinciden con los adversarios históricos o circunstanciales de la derecha política española.
Decía en su discurso Duran Lleida: "sobre todo la Iglesia tiene como misión la difusión del Evangelio. Es por ello que no puede permitirse ni un día más que desde algunos de sus medios de comunicación y por alguno de sus profesionales se siembre a diario el insulto, el odio y la confrontación".
El por qué la jerarquía católica española protege y aún estimula semejantes comportamientos de profesionales mediáticos a sueldo suyo, no es desde luego ningún misterio. Al cabo, no hace más que unas décadas que todos los obispos españoles menos dos subscribieron un documento en el que calificaban de Cruzada la guerra que el general Franco había iniciado contra su propio pueblo y contra el gobierno legítimo que éste había escogido; durante los siguientes cuarenta años, los terribles años de la dictadura franquista, los prebostes de la Iglesia española acogían bajo palio al dictador Franco y se fotografiaban con él muy satisfechos, incluso saludando brazo en alto al modo nazi-fascista. Evidentemente la legitimación que aportaba la Iglesia española al Régimen fascista no era gratis, y le reportó desde el primer día inmensos beneficios materiales y privilegios sin tasa que ahora, ya en democracia, se esfuerzan por conservar y si fuera posible, aumentar.
"Se alimentan los prejuicios territoriales, se criminaliza a dirigentes políticos o empresariales", continuaba Duran Lleida, en relación con la radicalizada obsesión anticatalana que luce la COPE en los últimos tiempos. "se falta sistemáticamente a la verdad. Jesús distingue entre el buen pastor y el mercenario. Obligación de la Iglesia es deshacerse de mercenarios y nutrirse de buenos pastores". Ocurre que los mercenarios -espléndidamente pagados por cierto- que usa la Iglesia no han llegado a sus púlpitos mediáticos porque sí, sino tras haber sido seleccionados o como mínimo contratados por quienes son sus empresarios pagadores y, al cabo, inspiradores ideológicos.
De modo un tanto ingenuo, el político catalán continuaba diciendo: "desde la fé que profeso, no puedo dejar de sentir todo este cúmulo de atrocidades como la antítesis del Evangelio". Ciertamente, la palabra de Jesús nada tiene que ver con las soflamas incendiarias e incitadoras al odio del prójimo que lanzan los sayones mediáticos de la Conferencia Episcopal Española- El modo en que se ha llegado a prostituir y manipular ése mensaje, da perfecta idea del grado de abyección moral en que viven quienes se reclaman sus sucesores; aquél que prefería ofrecer la mejilla al enemigo antes que usar la violencia en contra de alguien, seguramente no les reconocería ni siquiera como discípulos.
Concluía Duran Lleida reclamando "una diligente y consecuente solución a la siembra de tanto odio y confrontación". Vano llamamiento, pues los supuestos receptores ya han manifestado su contumacia. Hace unos días el cardenal Rouco Varela, ex presidente de la Conferencia Episcopal Española, afirmaba textualmente que "es mentira que la COPE siembre la cizaña y el odio". Rouco es, desde luego, un hipócrita falsario, pues es imposible que ignore las ntervenciones radiofónicas diarias en su emisora de quien durante su mandato ya era el principal sembrador de cizaña y odio, Jiménez Losantos. Como también es imposible que tanto Rouco como su sucesor en el cargo, Blázquez, ignoren los insultos de palabra y por escrito que Jiménez Losantos dirigía a éste último, al que cuando ejercía como obispo de Bilbao calificaba de esbirro del PNV, amigo de ETA y amante del obispo de Guadalajara; el mismo día en que Blázquez fue elegido por sorpresa presidente de la Conferencia Episcopal Española, desaparecieron de Internet como por ensalmo todos esos insultos y difamaciones.
Más allá de la calificación ética que merezca ése comportamiento reiterado de sus jerarcas, ocurre, y esto es lo verdaderamente substancial, que la Iglesia española se nutre –espléndidamente, por lo demás- de los Presupuestos Generales del Estado, es decir de los impuestos que pagamos todos los españoles, creyentes y no creyentes, demócratas o fascistas.
Las vías para la recepción de ese dinero son varias, pero todas acaban confluyendo de un modo u otro en las arcas de los obispos:
La asignación anual directa por el Estado por importe de miles de millones de pesetas; las subvenciones multimillonarias a los centros concertados (gran parte de los centros de enseñanza privada son propiedad de la Iglesia).
La asignación directa a través de la casilla correspondiente en la Declaración del IRPF (e indirecta, a través de la casilla "fines sociales", desde donde se beneficia a organizaciones "no gubernamentales" que dependen de la Iglesia, como Cáritas, entre otras)
Y en fin, las execciones de pago de impuestos de que gozan los miembros de la organización en todos los niveles jerárquicos, y que afectan asismismo a las instituciones, fundaciones, inmuebles, y en general, a todas sus propiedades materiales.
La Iglesia católica española es pues una institución, que goza simultáneamente de las prerrogativas y posibilidades que tienen un servicio público y una empresa privada, sin ser a efectos reales y legales ninguna de las cosas. Así puede competir con ventaja con otras organizaciones de fines tanto espirituales como materiales, y gozar de plena inmunidad -que a menudo se convierte en impunidad- en actuaciones éticamente cuestionables cuando no directamente delictivas.
No parece entonces descabellado suponer que los jerarcas católicos debieran mostrarse más respetuosos con el pueblo en general y con sus representantes institucionales en particular, ya que de la forzada generosidad de los primeros y con la anuencia de los segundos viven "como curas", según el antiquísimo dicho popular español.
En vez de ello, la jerarquía eclesial paga a los españoles con el odio y el desprecio, como ya denuncian incluso políticos conservadores católicos, caso de Duran Lleida.
El pueblo español debería empezar a tomar nota, y exigir a sus políticos que actuaran en consecuencia.
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