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Cada español debe a bancos y cajas 20.500 euros

Los españolitos les debemos a las entidades financieras ochocientos treinta mil millones de euros. Repartida esa deuda entre los 40 millones de ciudadanos de toda edad y condición –hombres, y mujeres, adultos y niños, pobres y ricos-, tocamos a casi 21.000 euros por cabeza.

 Es decir, cada uno de los habitantes de este país le debe casi tres millones y medio de las antiguas pesetas al sistema financiero patrio. Y la deuda no para de crecer: en 2003 creció el 16’50%.

De este nivel de endeudamiento familiar es principal responsable un mercado hipotecario elefantiásico, sostenido por los precios disparatados que ha alcanzado el mercado de la vivienda nueva o usada. Pero también lo son, ciertamente, el mercado automovilístico, el educativo, el del consumo en todos sus órdenes (alimenticio, ropa y calzado, ocio, etc)…. Todos ellos tienen parte importante en esa deuda.

 O sea, que el problema no se limita a un área concreta de gasto doméstico, a un "mercado" en especial, sino que afecta a una suma de "mercados", que en conjunto resultan determinantes en el endeudamiento familiar e individual. Y eso en un país donde, asimismo según cifras oficiales, el 55% de los españoles usan la tarjeta de crédito para sacar efectivo con el que llegar a fin de mes. Es pues todo un modo de vida el que está en cuestión

El problema por tanto es estructural. Afecta al conjunto del sistema de "mercados". Y las repercusiones que está teniendo no es solo sobre nuestra vida cotidiana actual, sino también sobre nuestras perspectivas de futuro. El endeudamiento limita y constriñe el horizonte individual y familiar.

 

La génesis de este fenómeno tiene que ver con la fanática aplicación del concepto ideológico neoliberal que sostiene que el "crecimiento continuado" es la mejor garantía de prosperidad para una sociedad. Pero una sociedad que produce cada vez más necesita consumir cada vez más para dar salida a la producción, so pena de colapsar todo el sistema.

 

En época de duras restricciones salariales y de generalización del empleo-basura, la capacidad adquisitiva de las clases trabajadoras y medias se ha visto recortada de manera drástica. Y sin embargo, como vemos, y en flagrante contradicción con las posibilidades económicas reales de esas clases, se las incita de manera eficaz a un consumo cada vez mayor, para hacer frente al cual los ciudadanos deben endeudarse hasta forzar el límite de sus posibilidades. Lo que hoy se está hipotecando en definitiva no es sólo el futuro de las presentes generaciones, sino también el de las venideras.

 

La bola no puede seguir creciendo indefinidamente. Sino se corrige esta marcha por ahora imparable, en algún momento alcanzaremos un punto crítico llegados al cual se desencadenará una crisis de consecuencias incalculables. Una crisis que significaría no solo la ruina de las familias, sino también la de todo el sistema financiero, atrapado en un diluvio de impagados.

 Frenar el consumo, racionalizarlo, es pues de interés colectivo, y debería ser una prioridad también para los rectores y beneficiarios del sistema. Pero son tan avariciosos que siempre quieren más, y simplemente, siguen confiando en su buena suerte.

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