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El mobbing también mata. Crónica de una cabronada

Ayer oí en COM Ràdio una noticia que me picó la curiosidad. La familia de Pablo Díez, conductor de autobuses de TMB, la empresa municipal de transportes barcelonesa, ha conseguido reunir siete mil firmas para pedir a Joan Clos, alcalde de la ciudad, que abra una investigación sobre las circunstancias que llevaron al despido de Díez, quien se suicidó apenas recibir la notificación. El conductor había sido despedido por, según la empresa, robar el importe de un billete: 1’10 euros.

 Hasta ayer mismo, del caso de Díez, acaecido en la primavera pasada, sólo tenía una vaga referencia. Recuerdo haber leído u oído que un conductor de autobús había sido despedido por quedarse la recaudación, y al ser descubierto y consiguientemente despedido, se había suicidado al no poder soportar la vergüenza. Más o menos, lo recordaba así. Pero resulta que una emisora seria como COM Ràdio cifraba el importe de lo "robado" en 1’10 euros. Aquí algo no encajaba, así que esta mañana me puse a buscar en Internet. Lo que he encontrado es sencillamente espeluznante.

Pablo Díez Cuesta era un inmigrante castellano, tenía 47 años y una familia. Residía en Hospitalet de Llobregat, municipio cercano a Barcelona, y trabajaba desde hace 17 años como conductor de la empresa municipal de autobuses de la capital catalana. La suya era una vida corriente, sin nada que destacara en especial; tenía buena salud y nunca había sufrido enfermedades físicas ni mentales diagnosticadas.

 

Al hombre le gustaba el fútbol, y solía acompañar a su hijastro (Díez se casó dos veces) a los partidos que disputaba. Pidió y consiguió un traslado de línea para estar más cerca de casa y ahorrar tiempo acompañando al chico. A poco comenzó a tener problemas. El responsable de zona, el que pone y quita turnos, lo hacía como le salía "de la punta del capullo", que para eso era el jefe; una y otra vez Díez veía machacadas sus expectativas de poder seguir con sus hábitos cotidianos de antes, simplemente porque a aquél energúmeno la planificación de turnos no le salía del cerebro sino del glande.

 

Díez protestó y el tema se encabronó. Le pusieron la mira encima, como a los conejos. Hasta que llegó la oportunidad de cazarlo. El 21 de enero pasado, el conductor se hace un lío cobrando el billete a una pasajera y le entrega algo que no es exactamente el billete reglamentario. Suben dos inspectores de la compañía y piden los billetes a los pasajeros; la mujer enseña lo que le entregó Díez, y los inspectores levantan un parte de incidencias. A partir de ahí Pablo Díez es acusado formalmente de haberse apropiado de un euro y diez céntimos, importe del billete cobrado y no entregado.

 La máquina de picar carne se pone en marcha. Siglo XXI. Año 2004. El Proceso de Kafka vuelve a celebrarse en la Barcelona de la postmodernidad. Instruido el correspondiente expediente disciplinario, se resuelve despedir a Pablo Díez. El 30 de marzo se le comunica el despido.

Con la carta en el bolsillo, Díez pasa la tarde del 30 de marzo caminando solo por la ciudad. Llama varias veces por móvil a su mujer, y le dice que está reflexionando, que necesita pensar. Qué de cosas debieron pasar por su cabeza…. ¿Recurrir? ¿Liarse a hostias? ¿Mandarlo todo a la mierda?. Al final toma una decisión: compra una cuerda, elige un lugar solitario y se ahorca.

 

Ahora la familia de Díez y siete mil personas más han firmado un papel pidiéndole al alcalde que investigue y exija responsabilidades a los directivos de TMB. No sé que hará Clos, ni me importa mucho, el daño ya está hecho. Puede ser que al final un magistrado dictamine "despido improcedente". ¡Qué contento se pondría Díez de enterarse!

 

Porque Pablo Díez era uno de esos millones de absurdos seres que piensan que su honor como trabajadores y la opinión que de él tengan sus hijos el día de mañana, valen más que su propia vida. Seguramente se mató por eso: porque no podía soportar la carga de mierda que habían echado sobre él.

 En Barcelona debe haber un tipo –o varios- que gusta de acariciar a sus hijos, tomar una cerveza con los amigos, y darse una alegría con la parienta los sábados por la noche. Podría ser que de tanto en tanto no pueda dormir bien, y recuerde a ese desgraciado al que empujó fuera de este mundo.

O tal vez el tipo siempre duerma como un bendito, con la satisfacción del deber cumplido. Tampoco habría que extrañarse si así fuera: en cierto modo los verdugos de Auschwitz también practicaban mobbing, y dormían a pierna suelta.

 Más información en:http://mobbingopinion.bpweb.net/artman/publish/article_1264.shtmlhttp://www.cgtbus.com/topo.htm

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