Un cuento de hadas freudiano. El Ballet de Moscú interpreta «El lago de los cisnes» en Barcelona
Teatro Apolo. Barcelona, 9 de abril de 2005
A menudo ocurre que los argumentos de las óperas y de los ballets suelen adolecer de consistencia. Los autores se volcaron en la música y en las coreografías, y eso que llaman libretos se dejaba al albur de gente de poco talento, o bien el propio compositor apañaba una historia a base de picotear textos de aquí y de allá.
"El lago de los cines" no es una excepción, sino más bien la confirmación clamorosa de esa regla. Todo lo que de sublime tiene la coreografía y una buena parte de la música, lo tiene de anodino y endeble su argumento. Parece que Tchaikovsky se limitó a tomar algunos trazos de leyendas centroeuropeas y compuso con ellas una historia que sirviera simplemente de soporte o excusa al ballet, que por lo demás tiene muchísimo empaque y es quizá el más famoso y conocido de cuantos existen.
Así, por el escenario se mueve un príncipe enamorado, su madre la reina –que no se sabe bien qué papel juega en esta historia-, un cisne que a ratos es mujer y rompe principescos corazones, un mago de bastante mal talante, y una corte de secundarios integrada por cisnes blancos, cisnes negros, cortesanos y cortesanas, moviéndose todos que da gloria aunque en ocasiones su presencia no acabe de estar justificada del todo en la escena. Una historia por lo demás muy freudiana y hasta con apuntes zoofílicos (eso de que un príncipe se enamore de un cisne no parece muy políticamente correcto en los tiempos neocon que corren).
Si el argumento de "El lago de los cisnes" no es casi nada, la música lo es casi todo, aunque a veces uno tiene la impresión de que no acaba de encajar con la coreografía, tal como sucede con ciertas bandas sonoras de películas. Algunos fragmentos musicales parecen directamente metidos con calzador: en la fiesta del palacio, por ejemplo, aparecen unas danzas españolas, cuya presencia en la obra solo parece justificada por el deseo del compositor de satisfacer el gusto de sus contemporáneos por la música de la Europa "exótica y pintoresca" de la época.
Lo mejor, con todo es, indiscutiblemente, la coreografía, especialmente en los movimientos de grupos: este es un ballet que no aburre aunque dure dos horas largas, y que además exige a los artistas un esfuerzo casi deportivo; eso se nota, y el público lo agradece.
El Ballet de Moscú es, como todas las compañías rusas que tienen que ver con la música y con la danza, un elenco de profesionales estupendos pero carentes de la chispa del genio. Todo en ellos es profesionalidad y pulcritud, pero no tienen nada que les eleve a la condición de dioses del escenario. Trabajan, se entregan, y bordan aquello que deben hacer, pero son incapaces de ir mas allá; jamás fracasarán, pero tampoco alcanzarán nunca un triunfo glorioso. Son así, eficaces y aseados, y basta.
Este es pues un "Lago de los cisnes" ejecutado con un alto nivel de competencia, pero carente de alma. Eso sí, algunos secundarios de la compañía, especialmente el que interpreta el papel del Bufón, son francamente buenos.
La escenografía resulta antigua y un poco pobre. Está claro que los excesos de algunos montajes operísticos en este terreno no deben tener cabida en un ballet, pero no estaría de más remozar los telones de fondo y desprenderse de esos apolillados lagos bajo la luna e interiores de palacios (que parecen sacados de antiguos cuentos troquelados). Un poco más de gracia en la puesta en escena no le iría nada mal al ballet.En síntesis, un buen espectáculo aunque un poco pasado de moda.
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