Televisión en verano, una boñiga en su salón
Si en cualquier época del año la televisión española (las televisiones españolas) dan asco, en verano la cosa se pone en el puro vómito.
Como en cualquier otra empresa, en las cadenas televisivas todo quisque pilla vacaciones y no parece que los que se quedan de guardia tengan muchas ganas de currar. En consecuencia, la programación veraniega se reparte entre algunos productos creados especialmente para estos días (pocos, y en general, aberrantes), y la repetición hasta el paroxismo de los programas que durante los meses anteriores tuvieron audiencia elevada (es decir, los bodrios que triunfaron durante la temporada anterior).
Así que entre creaciones ex profeso destinadas a amargarnos la siesta y las reposiciones ad nauseam de programas, series y peliculillas conque nos envenenan las noches, uno se pregunta porqué no cierran las teles en verano y nos dejan en paz. Pero claro, entonces perderían los ingresos por publicidad, y éstos, a pesar de la disminución de audiencia, siguen siendo substanciosos en verano.
La estrella televisiva de este agosto ha sido la muerte de Carmen Ordóñez, persona de oficio y méritos desconocidos, pero a la que al parecer, según los programas-basura llamados «del corazón» y en realidad especializados en el bajo vientre, se le consideraba «La reina de corazones». Hay que joderse. El caso es que esta individua (que repartía su tiempo entre fiestorros y otras juergas del famoseo, escapadas a Marruecos para surtirse de estimulantes varios, apariciones cobradas en los «medios rosas» y peleas conyugales a hostia limpia), al parecer se ha ido al otro mundo de una sobredosis de cocaína, cosa que, con los antecedentes que tenía y los círculos sociales en los que se movía, no tiene en sí nada de raro.
Los programas «del corazón» se han lanzado como buitres sobre la carnaza, y la cosa está en un desfile diario de amigos y enemigos de la pobre Ordóñez que, previo cobro de bonitas cantidades, regüeldan por televisión sus vaciedades sobre la vida y milagros de la «famosa» recién fallecida, de quien por cierto, el crítico de televisión Ferran Monegal recordaba en artículo escrito en El Periódico de Catalunya aquellos años mozos en que vestía camisita azul y boina roja, apareciendo incluso en los carteles de Fuerza Nueva, el partido fascista español por excelencia en los años setenta; hay que ver adónde ha llegado el facherío, porque la tal Ordóñez acabó vendiendo su vida a jirones en exclusivas repartidas por revistas y programas de televisión.
Pues así está la tele en verano. Menos mal que Zapatero se inventó un «Comité de Sabios» para rectificarla, que sino nos ponen la autopsia de la Ordóñez en directo. Pública o privada, la tele española no parece tener remedio: la broma es que se empeñan en seguir considerándola oficialmente un "servicio público" ¡Acabáramos!.
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