El Imperio nos vigila
Una información ofrecida este fin de semana por EL PAIS citando fuentes oficiales de EEUU, cifra en dieciséis las agencias norteamericanas (incluidas la CIA y el FBI) dedicadas a la "inteligencia y la seguridad" (vulgo: espionaje de masas), en cien mil las personas que trabajan en exclusividad en esas tareas, y en treinta y cinco mil millones de euros anuales el presupuesto que manejan.
Verdaderamente, los números que arroja esta iniciativa de control "urbi et orbe" resultan mareantes. Que una Administración incapaz de hacer frente a un desastre natural previsible y paliable cual fue el paso del huracán Katrina, despilfarre el dinero de los ciudadanos en construir la mayor maquinaria de espionaje de la Historia, no se puede entender sólo desde el conocimiento de la paranoia fuera de todo límite que parecen sufrir Bush y sus acólitos. Hay que saber, además, que ese despliegue es en realidad una pieza más de una estrategia global hegemonista, cuyo diseño viene de antiguo y que en los últimos tiempos ha sido ejecutada de modo implacable.
En 1992, Dick Cheney, entonces secretario de Defensa del primer presidente Bush, encargó a Paul Wolfowitz, su mano derecha y más tarde el principal ideólogo de la actual "doctrina de seguridad USA", un informe que planteara las líneas maestras del despliegue de una política hegemonista militar de EEUU en el mundo. Cheney estaba especialmente interesado en conocer las posibilidades reales de sostener simultáneamente dos escenarios de conflicto bélico "preventivos" en puntos alejados del planeta; Wolfowitz le ofreció hasta cuatro escenarios con garantía de victoria, siempre y cuando la hegemonía militar norteamericana fuera absoluta a escala planetaria, lo cual implicaba entre otras cosas que en el futuro –como así ha sido- tanto la política exterior norteamericana como la política interior tenían que pivotar exclusivamente alrededor de los medios para conseguir esa hegemonía suprema. "Somos como Roma" afirmaba textualmente en su trabajo Wolfowitz, y proponía los medios para consolidar ese poder imperial de modo indefinido.
La "guerra preventiva" no es pues más que el instrumento de imposición "sobre el terreno" de una política que trascendía las posibilidades del viejo aparato militar-industrial norteamericano -representado en estos últimos años por Donald Rumsfeld-, cuya rapacidad y ansia de poder ya denunció en los años cincuenta el presidente Eisenhower y al que, por cierto, cada vez más analistas hacen responsable del asesinato del presidente John F. Kennedy. Lo que la Administración Bush ha alumbrado hoy –y que ya planeaban sus mentores en los años noventa- no es sólo un modo de perpetuar y aumentar el viejo negocio de la fabricación, venta y uso de armas y ejércitos, sino algo infinitamente más peligroso: la construcción de un modelo de dominio universal que trascendiendo lo político y lo económico, sea capaz de penetrar en todos los ámbitos sociales, incluidas desde luego las conciencias individuales.
Es a ese esfuerzo de control de las mentes y a su colectivización forzada en un proyecto de consenso social a los que, bajo la excusa de la "inteligencia preventiva antiterrorista", se ha entregado la Administración Bush con la dedicación total que muestran las cifras reseñadas al principio. No se trata tanto de crear opinión favorable a la propia causa –la única posible, la Causa del Bien, la "causa patriótica"-, sino de detectar cualquier posible brote de disidencia y extirparlo a continuación. Las telecomunicaciones –imprescindibles en la vida actual- son un excelente medio para auscultar a la sociedad individuo a individuo, y gracias a la sofisticación tecnológica aislar los focos infecciosos y erradicarlos uno por uno si es necesario. Las leyes antiterroristas especiales vienen a sancionar legalmente todo esto, y en cualquier caso siempre habrán Guantánamos que escapen a cualquier posibilidad de fiscalización.
Para llegar aquí no se ha reparado en medios. El "terrorismo internacional" ha sido y es desde el 11 de septiembre de 2001 la gran excusa, aunque progresivamente vaya siendo desnudado en público. Von Bulow, ex ministro alemán de Defensa y ex jefe de los servicios de inteligencia de ese país, sostiene que detrás de los atentados del 11-S estuvieron agencias especializadas dependientes del gobierno de EEUU; más recientemente aún, el prestigioso THE OBSERVER acaba de publicar que las conclusiones de la investigación independiente en torno a los atentados de Londres llevan a inferir que Al Qeada no tuvo nada que ver con esos atentados, que sirvieron para que el gobierno Blair acelerara la promulgación de medidas antiterroristas calcadas de la Patriot Act norteamericana; sabemos, por lo demás, a quién habría beneficiado que los españoles hubieran cerrado filas con su gobierno –efecto habitual de los atentados de masas, como se demostró en EEUU- tras los atentados del 11-M. Al final, en todos esos casos aparece siempre como "justificado" el despliegue de la política hegemonista USA disfrazada de "guerra internacional contra el terrorismo", tal como la diseñó Paul Wolfowitz hace década y media.
Y sin embargo, tanta ambición será –está siendo ya- en vano. El esfuerzo es tan ciclópeo que está indefectiblemente abocado al fracaso; las primeras grietas importantes son ya visibles, y todo el edificio amenaza con derrumbarse estrepitosamente sobre las cabezas de sus constructores.
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