El cambio y sus desafíos. Dos años de Gobierno Zapatero (2004-2006)
El 17 de abril de 2004 tomaba posesión el primer gobierno formado por Rodríguez Zapatero. Tras la victoria electoral socialista del 14 de marzo, tres días después de los atentados del 11-M, muy pocos auguraban continuidad a un gobierno que desde el mismo día de su constitución afrontaba retos muy serios.
No era uno de los menores la grisura de algunos de sus ministros, especialmente en la parte correspondiente a la “cuota femenina”. Junto a personalidades brillantes, conocidas o no, Zapatero hubo de apechugar con algunas personas cuya presencia en un Ejecutivo no puede deberse más que a compromisos previos adquiridos en nombre de la “paridad entre sexos”; también, con la presencia cercana de personajes como un José Bono cada vez más escorado hacia el nacionalismo casticista y francoide.
Entre los desafíos estrictamente políticos, figuraba en primer lugar capear el intento de deslegitimación promovido por la derrotada derecha española y su jauría mediática. A día de hoy, los sectores más irreductibles del PP y de su entorno siguen insistiendo en que el 11-M fue el fruto de una conspiración global cuyo objetivo era descabalgar al PP del Gobierno; ni siquiera la conclusión del sumario que acaba de anunciar el juez instructor ha servido para que desde la derecha dejen de fantasear con delirios conspirativos. Y es que, como escribía ayer mismo Javier Pradera en EL PAIS, cuando el PP continúa insistiendo en la responsabilidad de ETA y del PSOE en los atentados de Madrid lo que está haciendo no es tanto intentar colgarle los muertos a alguien que no sean los verdaderos autores, sino huir de manera calculada de su responsabilidad en la comisión de aquellos crímenes; responsabilidad que dimana de que, como sabemos desde hace tiempo, el gobierno Aznar fue advertido repetidamente de que iba a suceder lo que finalmente sucedió sin que tomara la más mínima medida para impedirlo, y que una vez ocurrido, intentara por todos los medios manipular los hechos para desviar la autoría hacia ETA, es decir en la dirección que le aseguraría el triunfo en las elecciones del 14 de marzo.
Por fortuna, las comparecencias parlamentarias de Aznar y Zapatero y el avance inexorable en la instrucción del sumario fueron poniendo las cosas en su sitio. A día de hoy, las “exclusivas” de EL MUNDO y la COPE ya cansan incluso a quienes contribuyen a fabricarlas y difundirlas.
El segundo gran reto fue el combate entre el Gobierno y la patronal educativa por la LOE, batalla que como es sabido acabó en tablas no sin antes haber abrasado a una ministra incapaz y obligado a intervenir a ese eficacísimo bombero que es Pérez Rubalcaba. Lastimosamente la reforma en profundidad de la educación en España vuelve a quedar aplazada una vez más, probablemente porque tal como se planteó el choque con semejantes adversarios (la Iglesia Católica primordialmente, en su doble papel de controladora ideológica y macroempresaria privada), no podía conseguirse mucho más en este momento.
Con los nacionalistas vascos Zapatero usó de modo hábil y cordial la legalidad vigente como medio para desarbolar el Plan Ibarretxe, un conflicto heredado de la etapa Aznar y muy encabronado por la aspereza aznarista. El nuevo Presidente del Gobierno le puso final usando algunas dosis extras de afabilidad y talante, y sobre todo manejando con soltura mayorías parlamentarias tan incontestables como circunstanciales. Todo tan impecablemente democrático, que el PNV metió el Plan en un cajón apenas salió laminado de Las Cortes.
Otra pelea mucha más dura y en la que Zapatero se jugó su propio futuro, fue el nuevo Estatut de Catalunya. Sometido a la doble presión de sus propios compañeros y aliados catalanes de un lado, y a la que ejercían sobre él dentro y fuera del PSOE los sectores españolistas y derechistas, hubo momentos en que pareció que la caída de Zapatero iba a ser el resultado final de aquél disparate in crescendo que guió cuanto tuvo que ver con el Estatuto hasta su entrada en Las Cortes. Una vez el texto en la Comisión Prlamentaria, Pérez Rubalcaba volvió a ejercer de ariete y apagafuegos a un tiempo, y la capacidad seductora de Zapatero –que parece haberla heredado directamente de González-, hizo el resto. El Estatut catalán es hoy un potro domado y que ya no tira más coces que las imprescindibles.
Y sin embargo, el gran reto zapaterista fue y es el inicio del proceso de paz con ETA. Ante la reacción histérica de la derecha española, sabedora de que si la paz llega al País Vasco el PP y sus líderes estarán políticamente acabados, Zapatero ha sido capaz de conducir los preliminares de la negociación con habilidad y discreción, y sin hacer más sangre que la estrictamente necesaria. Una vez más Pérez Rubalcaba ha jugado un papel fundamental y reconocido por todos (salvo, naturalmente, por el PP, más solo y aislado que nunca). Se abre ahora “un tiempo nuevo”, y probablemente nunca hemos estado tan cerca del fin de la violencia desde que comenzaron las guerras carlistas.
Por en medio, el gobierno Zapatero ha ido legislando en respuesta a las aspiraciones y necesidades de las clases medias emergentes, facilitándoles instrumentos de promoción y consolidación social. Es así como se ha desplegado una batería de leyes que vienen a dar satisfacción a sectores concretos y muy activos de la sociedad (feministas, homosexuales, activistas de derechos civiles en general…), cuya visibilidad e influencia social se ha incrementado notablemente en los últimos años. Por el contrario, los grandes ausentes de la política gubernamental española siguen siendo las clases trabajadoras, que ven no sólo como continúa su marginación del poder político sino cómo se incrementa su pérdida de posiciones en cuanto a derechos conquistados en las últimas décadas.
La batida contra la corrupción en Marbella –habrá que ver si tiene continuidad o si se trata sólo de un “escarmiento para otros municipios”, como se está sugiriendo ya- ha sido el colofón a estos dos primeros años de un gobierno inesperado para muchos, y cuya durabilidad continúa dependiendo –aunque menos- de su cintura a la hora de lograr contentar a aliados tan diversos como los nacionalistas burgueses periféricos –catalanes, vascos y canarios-, y una Izquierda Unida que no termina de remontar la crisis del espacio comunista.
Los cambios a que Zapatero sometió a su gobierno hace unos días vienen a confirmar por un lado la consolidación de su poder en el seno del partido y del gobierno, ahora indiscutible e indiscutido como lo demuestra la salida de Bono y el reforzamiento con un peso pesado como Pérez Rubalcaba, quien en tándem con Alonso –hombre de absoluta lealtad a Zapatero- dirigirán nada menos que la policía y el Ejército durante la larga etapa de camino hacia la paz que acaba de abrirse.
Si algo ha quedado claro es que el inocente, inexperto e inofensivo Rodríguez Zapatero, si alguna vez existió como tal ha dado paso a un político muy sólido y con un enorme olfato, capaz de madrugarle a políticos supuestamente mucho más bregados que él. Hasta ahora Zapatero ha navegado aguas bravas muy duras sin al parecer haberse despeinado; es hora de ver qué es capaz de hacer con el viento a favor.
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