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Por qué (ahora sí) se acaba ETA

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El 11-S convirtió a ETA en una organización amortizada, sin sitio en el escenario internacional que se ha ido dibujando tras la aparatosa irrupción del terrorismo islamista; ante la apuesta global y totalizadora lanzada entonces por los islamistas y sus patrocinadores, el grupo de terroristas vascos quedó como una modesta y descolocada aportación local. Más tarde, el 11-M vino a enterrar definitivamente a ETA: después de los atentados de Madrid, ni siquiera el mundo abertzale habría soportado un solo asesinato más.

  

Durante casi medio siglo, ETA ha sido una espada pendiente sobre la cabeza primero del Régimen franquista y luego de la democracia. Una amenaza permanente para todo gobierno español, y un instrumento de domesticación de éstos. A quién ha beneficiado su existencia resulta obvio, como lo es el que ahora hay prisa por finiquitar esa organización.

La liquidación por cierre de ETA parte una premisa estrictamente relacionada con un cambio substantivo en lo que podríamos llamar la "política exterior imperial para Europa": el terrorismo nacionalista europeo ha dejado de tener interés para quienes desde la Primera Guerra Mundial -desde los tiempos del presidente Wilson, más concretamente- lo han creado, fomentado o usado, según casos, a su conveniencia: al adentrarnos en el siglo XXI, y con el Choque de Civilizaciones global instrumentado, las organizaciones terrroristas nacionalistas locales que en algún momento existieron en el espacio geográfico entre los Países Bálticos e Irlanda han dejado de tener sentido como piezas de geoestrategia; el negocio del terror tiene otros expedidores ahora, aunque los beneficiarios sigan siendo los mismos.

  

Es en ese contexto que aparece la voluntad de ETA de negociar un fin de la violencia que conduzca a su desaparición como organización armada. Y esta vez, de negociarla de verdad, tal como apunta su último comunicado público.

  

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El comunicado de ETA anunciando un "alto el fuego permanente" introduce elementos absolutamente novedosos tanto en el fondo como en la forma en relación con los comunicados previos a treguas anteriores de la organización terrorista vasca.

  

En primer lugar y por primera vez -y no es éste un dato menor- el texto del comunicado es sencillo, directo y perfectamente inteligible; nada que ver con los redactados largos, farragosos y trufados de expresiones rimbombantes, propios de la verborrea de revolucionarios de pacotilla tan cara al abertzalismo etarra.

 

En segundo lugar, el comunicado fue leído en castellano. Una novedad en el modo de comunicarse de los etarras, y señal de que querían que el texto fuera conocido de primera mano y no a través de traducciones por el cien por cien de la población vasca y, sobre todo, de la española en general.

 

Por último, el comunicado fue leído por una mujer, algo inédito hasta ese momento en casi medio siglo de vida de ETA. Parece evidente que los etarras han tratado de dulcificar la imagen que hasta ahora ofrecían sus puestas en escena mediáticas, aunque hayan mantenido la parafernalia escenográfica y simbólica acostumbrada.

 

En resumen, algo está cambiando en ETA. Sorprende por lo demás el tono moderado y conciso del lenguaje usado esta vez, y sobre todo el contenido mesurado y distante de espejismos pseudorrevolucionarios y de fantasías nacionalistas. Y contrasta de modo sorprendente con la rueda de prensa celebrada a posteriori por Batasuna (el brazo político de ETA), en la que se insistía en los emplazamientos a la antigua usanza etarra dirigidos a los gobiernos español y francés; se diría que o bien los dirigentes batasunos no han digerido todavía el proceso de cambio abierto por ETA, o bien estaban lanzando mensajes para consumo interno y consuelo de sus bases de apoyo.

 

Porque lo que transmite el comunicado de ETA es el convencimiento de sus integrantes de que "la guerre c’est finie"; y que el mundo del radicalismo abertzale la ha perdido de modo incontestable. Una noticia que por mor de esperada, difícilmente parecía creíble al producirse pues no en vano racionalidad política y ETA han sido durante demasiado tiempo un oxímoron, una pura contradicción en los términos; por eso cuesta creer ahora que por fin hayan decidido tirar la toalla y buscar un espacio político normalizado.

 

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Contra lo que pretenden algunos ingenuos o maliciosos tanto en el abertzalismo etarra como en el españolismo radical, el proceso que ahora se abre no dará satisfacción ni en sueños a los postulados históricos etarras: la correlación de fuerzas en el País Vasco, en España y en la escena internacional lo impide.

 

La estrategia etarra desarrollada durante los últimos treinta años ha fracasado por completo. Ni ETA ha conseguido doblegar al Estado español (sobre todo porque la ciudadanía española ha resistido de manera formidable la presión etarra, sin perder la cabeza en ningún momento ni dejarse paralizar por el terror), ni tampoco ha conseguido romper la hegemonía del nacionalismo vasco burgués representado por el PNV, sólidamente instalado en las instituciones de autogobierno y en la sociedad vascas. En su mejor momento histórico el apoyo electoral a ETA en el País Vasco no pasó nunca del 17-18%, y progresivamente se ha ido rebajando hasta estabilizarse en un 10-11%; no parece que desde ese apoyo social puedan intentarse grandes cosas por vía democrática, pero sí es un suelo electoral suficiente sobre el que construir una fuerza política que garantice un futuro –también laboral, para qué engañarnos- a un conjunto de gente que va a necesitar en adelante recursos no mafiosos de los cuales vivir.

 

Al final, y como se suele decir castizamente, ETA ha hecho un pan como unas hostias. Medio siglo de ininterrumpida acción terrorista, ochocientos asesinados y centenares de miembros encarcelados, para acabar pactando la legalización de un tinglado político que permita la manutención de sus activistas y simpatizantes más destacados, no parece un gran resultado para su particular cuenta. Casi podría decirse que al final, más que con el gobierno español en conjunto, los etarras van a tener que acabar negociando con el INEM (El Instituto Nacional de Empleo), como unos parados más.

 

Por el camino quedan un montón de incongruencias, sangrientas la mayoría y simplemente estúpidas otras. No es de las menores que una organización que nació antifranquista ejecutando a torturadores fascistas como Melitón Manzanas o jerarcas franquistas como el almirante Carrero Blanco, acabara ya en la democracia asesinando a concejales de pueblo; en medio, y entre sus "hazañas" más notables, se cuentan hechos como la voladura del supermercado popular Hipercor de Barcelona con sus clientes dentro y el asesinato de dirigentes etarras disidentes, caso de Pertur y de Yoyes, entre otras acciones criminales especialmente brutales.

 

De los 800 y pico asesinados por ETA sólo 40 lo fueron durante la dictadura franquista. Es decir, ya en democracia y con un gobierno autónomo vasco a cuyo frente ha estado ininterrumpidamente desde 1980 el partido nacionalista vasco histórico, el PNV –un gobierno autónomo que controla por completo la educación y los servicios públicos, que tiene fuerzas de policía propias y maneja un presupuesto público ingente-, ETA ha asesinado veinte veces más personas que en tiempos del franquismo. De matar servidores del Régimen franquista en atentados seleccionados, ETA pasó a matar ciudadanos corrientes, niños incluidos, mediante coches-bomba indiscriminados.

 

Hace algunos años Martin McGuinness, teórico número dos del Sinn Fein y persona al que muchos señalan como el verdadero máximo dirigente del IRA, manifestaba a la prensa británica su aspiración a que al final del proceso de paz en el Ulster los norirlandeses alcanzaran un grado de autonomía semejante al existente en el País Vasco; en realidad hoy tras siete años de iniciado el proceso irlandés, el Ulster ni siquiera tiene Parlamento autónomo, en tanto el desarrollo institucional del País Vasco data de hace casi tres décadas. En fin, se podrá aducir que Irlanda del Norte tiene una selección nacional de fútbol desde hace muchos años y que el País Vasco y Catalunya no la tienen, pero sería francamente idiota pretender que ese hecho es la medida real que determina el grado de libertad y autogobierno de una sociedad, en detrimento de las consideraciones de carácter social, económico, cultural y por supuesto institucional.

 

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Como se viene repitiendo en las últimas horas, se abre ahora "un tiempo nuevo". Los riesgos son muchos, y entre ellos no es el menor el que los irreductibles de ambas partes intenten sabotear el proceso de paz mediante salvajadas como el atentado de Omagh, que a punto estuvo de acabar con el proceso irlandés. Una escisión de los más bestias de ETA, o una huída hacia adelante de sectores ultraderechistas de los aparatos judicial y policial del Estado español –alentados por la postura obstruccionista de un Partido Popular (PP) que en éste como en tantos otros asuntos hace suyos los postulados de la extrema derecha española-, puede teñir el proceso de más sangre y dolor; o como mínimo, poner en las ruedas todos los palos posibles que dificulten su avance.

 

Sinceramente, pienso que Zapatero se equivoca cuando pretende asociar al PP al proceso, pero entiendo sus razones: a partir de ahora, probablemente sea más peligroso dejar al PP fuera que tenerlo dentro. Al final todo dependerá de la capacidad de Zapatero para mantener en la pista y de cara a todos los leones a la vez, aún a costa de tener que compartir laureles con algunos que hasta ayer mismo intentaban reventar cualquier posibilidad de salida negociada.

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