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XV Cumbre Iberoamericana: ¿un proyecto socialdemócrata para América Latina?

Un día antes de la inauguración de la XV Cumbre Iberoamericana, que ha tenido lugar el pasado fin de semana en Salamanca (España), Felipe González, ex presidente del gobierno español, escribía un amplio artículo en EL PAIS titulado Cumbre Iberoamericana: debatir sin prejuicios el futuro, en el cual apuntaba cómo, partiendo de los recursos y potencialidades de los países que conforman América Latina, podía trazarse un plan de acción basado en una mayor “eficiencia democrática”, de corte claramente socialdemócrata, y cuyo objetivo central fuera sacar a la región de la pobreza, el atraso y la inseguridad personal y colectiva ante el presente y el futuro.

 

El artículo de González es bueno aunque esquemático, pero adolece de un problema básico que a mi juicio lo inhabilita: esa América Latina de la que habla, un continente entero preñado de recursos y de posibilidades de todo orden, al que bastaría gobernar de manera limpia y ordenada para comenzar a sacarlo del pozo finisecular, ya no existe hace décadas. Esa es la América Latina de los años previos a las sucesivas oleadas golpistas de los años sesenta y setenta; no la actual, la posterior al ciclo golpista.

 

González habla en realidad de los tiempos en que Uruguay era llamada “la Suiza de América”, Costa Rica gozaba de mayores libertades políticas que los países europeos mediterráneos y Argentina abastecía de carne a la Europa hambrienta de la postguerra. Todo eso es puro recuerdo, pasado que no ha de volver. En aquellos tiempos “sólo” había que recuperar la economía productiva de manos de las empresas estadounidenses (tarea que por lo demás se reveló imposible y muy peligrosa cuando se intentó), en tanto hoy hasta los servicios esenciales (agua, luz, electricidad) están en manos extranjeras (españolas, de modo mayoritario). Antes incluso que hablar de salud, educación y ahorro familiar, habría que plantearse cómo retornar todo eso a sus legítimos propietarios. Porque sin ese retorno previo, no hay desarrollo real posible: no hay futuro para las sociedades de economía dependiente si previamente no alcanzan la verdadera emancipación (tal como ha demostrado precisamente América Latina a partir de las “independencias” de principios del siglo XIX).

  

El panorama que la región ofrece hoy es desolador. Con sus recursos naturales esquilmados o bajo control extranjero, sólo la pobreza parece cosa propia de los latinoamericanos: hasta el 40% de ellos son pobres, en palabras del presidente Rodríguez Zapatero pronunciadas durante la misma Cumbre de Salamanca. La economía latinoamericana más que productiva por sí misma, es ya puramente vicaria de procesos productivos que tienen lugar en países del Primer Mundo. La agricultura se arruina entre las catástrofes naturales y la imposibilidad de competir con las agriculturas de los países de capitalismo desarrollado.

 

La ciudadanía latinoamericana, por otra parte, alejada en el pasado de la política literalmente a bayonetazos, desconfía ahora con razón de las “clases políticas”, desideologizadas y sumergidas en la corrupción; no hay programas de gobierno, sólo disputas personalistas entre individuos que a menudo son meras marionetas de intereses caciquiles locales o internacionales, cuando no se hallan en asociación con el crimen organizado de sus respectivos países.

 

En Salamanca, un Rodríguez Zapatero lleno de ganas de agradar y de optimismo reformista, ha lanzado una serie de propuestas que intentan esbozar una aproximación a ese programa de acción socialdemócrata que González reclamaba para América Latina. Iniciativas con cierta imaginación, como la creación de una especie de fondo que ayude a paliar las catástrofes naturales o el canje de deuda externa por educación; pero no dejan de ser medidas aisladas, de momento no articuladas, cuyo futuro es harto problemático. Una cosa es el (fácil) consenso político ante los medios, y otra es que luego haya un trabajo efectivo por parte de todos y cada uno de los países implicados a fin de llevarlas a cabo. En ese sentido, mucho se ha apostado a la labor de coordinación que ejercerá el uruguayo Enrique Iglesias desde la flamante Secretaría General de las Cumbres.

 

Capítulo fundamental es la financiación de los proyectos propuestos y de los que vendrán: ¿quién va a aportarla? No parece que los estados latinoamericanos participantes en la Cumbre, pues la mayoría de ellos viven agobiados por la deuda externa, la bancarrota económica y la corrupción rampante de sus gestores políticos y administrativos. Tampoco los ciudadanos de esos países están acostumbrados a pagar impuestos: los pobres porque nunca han tenido nada, obviamente, y los ricos porque sus testaferros políticos ya se cuidan de que no existan aparatos fiscales normalizados que los exijan.

 

¿Quién pagará entonces? ¿El Estado español? los españoles tampoco estamos para hacer muchos regalos, con un tercio de la población laboral trabajando en precario y un Estado de Bienestar débil, caro y con demasiados enemigos; ¿pagarán las empresas españolas presentes en América Latina? altamente improbable, dado el modo corsario en éstas operan en esos países, siguiendo siempre las más ortodoxas consignas del capitalismo salvaje en orden a la maximización de beneficios.

    

En ese marco, la propuesta lanzada por Felipe González se convierte en un desiderátum con, desgraciadamente, poco futuro. Habrá que esperar a una próxima Cumbre para ver si las bellas palabras se han concretado en algo útil.

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