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Suenan de nuevo trompetas infernales en Almería

A casi veinticinco años del primer "caso Almería" (en 1981, tres jóvenes vascos confundidos con etarras fueron torturados hasta la muerte en un cuartel de la Guardia Civil de ésa provincia), toca desayunarse oyendo en la SER como en la población de Roquetas de Mar, de nuevo en la provincia de Almería, un ciudadano de 39 años y agricultor de profesión fue a un cuartelillo de la Guardia Civil para denunciar o declarar –no está claro todavía- en relación con un banal asunto de circulación, y salió de allí al cabo de unas horas literalmente con los pies por delante, es decir, cadáver.

La cosa es que, presuntamente -como se adjetiva la información en estos casos por prudencia-, la conversación entre el ciudadano y los guardias fue subiendo de tono, al punto que éstos decidieron hacerle la prueba de alcoholemia, presumiendo ellos (los guardias) que el ciudadano iba bebido. Siempre según los guardias civiles implicados, el presunto borracho no sólo se negó a ser sometido a la prueba, sino que se puso tan farruco que hubo que reducirlo por la fuerza; tan hábilmente fue reducido el ciudadano en cuestión, que ha quedado inmovilizado para toda la eternidad. El parte médico, por lo demás, certifica que tenía partido el esternón, y que presentaba golpes y contusiones por todo el cuerpo, además de haber sido atado de pies y manos.

 

Decía la SER que el peso de la reducción del amotinado lo había llevado, presuntamente, el teniente al mando del puesto, quien para ayudarse en la labor hizo uso de dos porras, una eléctrica y la otra de las denominadas extensibles, ambas "no reglamentarias" (sic). Con el teniente colaboraron, presuntamente también, otros guardias del puesto. La rotura del esternón, en fin, se debería a que "alguien" se había subido encima del ciudadano del que se sospechaba iba trompa mientras éste se hallaba tendido en el suelo; seguramente, lo de subírsele al pecho y marcarse un zapateado encima debió ser para ayudarle a soplar mejor en el alcoholímetro.

  

Sigue informando la SER de que el teniente reductor ya tenía en su historial al menos otro caso de violencia contra un detenido: en febrero pasado, un padre le denunció en el juzgado número dos de El Egido por darle una paliza a su hijo. El abogado de ese primer presunto agredido no entiende por qué hasta la fecha "no se ha tramitado la denuncia" (sic). Seguramente será cosa de la famosa lentitud de la justicia.

 

Con todo, parece que en este nuevo caso sí se está tramitando. Y es que un cadáver obliga a mucho. De momento, de los nueve guardias civiles del puesto presuntamente presentes durante los hechos, cuatro ya han sido imputados y probablemente algunos más lo serán a medida que vayan declarando ante el juez (EL PAIS, 4 de agosto de 2005). Total, que por si como prueba pericial no resultara suficiente con el cuerpo presente hecho un Cristo del ciudadano reducido, existe además al parecer una filmación en vídeo de los hechos, grabada por una cámara de seguridad en el interior del cuartelillo.

 

Ha dicho Gaspar Llamazares, coordinador de Izquierda Unida, que lo ocurrido en Roquetas de Mar es (copio literalmente lo que aparece en la web de la SER de 3 de agosto de 2005) un "hecho gravísimo", que "apunta a malos tratos y torturas con consecuencia de muerte", y a que "la Guardia Civil intentó ocultar y manipular el informe" sobre la muerte del detenido.

 

A mí este caso me da melancolía.Y me retrotrae a recuerdos familiares ya medio olvidados. Me explicaré. Finalizada la mal llamada Guerra Civil, mi abuelo paterno, agricultor y padre de siete hijos, huyó de su pueblo y se refugió durante unos años en Francia. Su delito, como el de tantos otros, había sido profesar ideas de justicia social y haber intentado llevarlas a la práctica. Al cabo de unos años, cuando la represión franquista amainó un tanto, el hombre regresó a su pueblo; él tenía la conciencia tranquila, no había hecho daño a nadie y era persona apreciada por todo el mundo por su seriedad y honestidad.

 

Como puede verse, mi abuelo era, además de una buena persona, un ingenuo de tomo y lomo. Apenas llegar a su casa, recibió un aviso de uno de los caciques locales, un "rico" (como dicen en el pueblo) para el que había trabajado como jornalero antes de la guerra (de hecho, mi abuelo siguió trabajando en sus tierras muchos años después), y que sentía gran aprecio por él. En el mensaje le decía más o menos que se presentara inmediatamente en el cuartelillo de la Guardia Civil y, al parecer, le daba garantías acerca de que su vida sería respetada … si bien nadie podría librarle de que le aplicaran un –llamémosle así- "correctivo".

 

Y efectivamente, mi abuelo se presentó en el cuartelillo, donde quedó retenido veinticuatro horas, siéndole aplicado el correctivo anunciado: una monumental paliza, administrada por la dotación del puesto durante una noche entera. Corrían los perros años cuarenta.

  

Eran otros tiempos, obviamente. Aunque, a veces, no lo parezca.

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