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Londres bajo el terrorismo? de Estado

El asesinato de un inmigrante brasileño de 27 años, un electricista que llevaba tres años en Londres y hablaba perfectamente inglés, a quien un grupo de policías “especiales” británicos gritaron y persiguieron por un pasillo del Metro hasta alcanzarle y, una vez derribado en el suelo, dispararle cinco balazos en la cabeza, todo ello sólo porque le vieron correr y tenía “rasgos asiáticos” (sic, así dijeron en un primer momento testigos oculares, policías y prensa británica…a pesar de que las fotos del muerto muestran un mestizo latinoamericano), da idea del grado de presión policial que se ha instalado en Gran Bretaña sobre los ciudadanos no asimilables al patrón étnico tradicional anglosajón.

Los responsables policiales ingleses y cierta prensa complaciente con ellos ya han aducido el miedo de esos policías a que el supuesto terrorista activara una bomba y les hiciera morir con él. Fútil excusa: si tienen miedo, mejor que se dediquen a otra cosa, por su propio bien y sobre todo por el del resto de los ciudadanos, que además de ser quienes les pagan su sueldo (para que les protejan, no para que los asesinen, obviamente) ahora deben aguantar su al parecer gatillo fácil en “situaciones extraordinarias”. Pues si se trata de policías especiales que no saben desenvolverse en situaciones extraordinarias sino es liándose a tiros con todo lo que se mueva, la verdad es que la cosa comienza a dar pavor.

 

Porque el asesinato del joven brasileño no es un hecho aislado, sino que viene a culminar unos días extraños vividos por los londinenses. Horas antes de esa cacería humana en el metro londinense, cuatro supuestos terroristas fracasaban al intentar repetir miméticamente los atentados del 7-J. Los terroristas intentaron hacer su bestial cometido, pero sólo lograron hacer explotar los detonadores (entre paréntesis, es la primera vez en mi vida que leo u oigo que los detonadores “explotan”). Dado que tres intentos de atentado se produjeron dentro de un vagón del Metro y otro dentro de un autobús de transporte público, parece razonable pensar que los frustrados terroristas fueron inmediatamente linchados por el resto de pasajeros, o al menos, detenidos por los servicios de seguridad. Pues no, resulta que a pesar de todo, incluido el descomunal despliegue policial en la ciudad, los cuatro han huído, uno de ellos al parecer tras haber acudido a un hospital que fue inmediatamente rodeado por cientos de policías. Durante las horas siguientes se produjeron detenciones en la calle, en distintos puntos de la ciudad, de personas que poco después debían ser liberadas sin cargos. El despiste pues era total. Y sin embargo, en apenas veinticuatro horas las fotos de los cuatro terroristas cargando sus mochilas-bomba y a punto de tomar el popular Tube (Metro), fueron oportunamente distribuidas para conocimiento mundial (¿pero no habíamos quedado en que uno de ellos se subió a un autobús de transporte público para volarlo? ¿porqué fue éste antes a tomar el Metro junto con sus tres colegas?).

 

Curioso que en la tarde de ese día Tony Blair tuviera previamente convocada una reunión con los mandos policiales y de los servicios secretos británicos, reunión que naturalmente fue suspendida de inmediato. Según la prensa del día anterior, Blair iba a ofrecer a los jefes de esos servicios que pidieran las medidas políticas que creyeran oportunas para hacer frente al terrorismo; es decir, Blair traspasaba a los mandos de la policía y de la inteligencia –incluida al parecer la militar- la responsabilidad política última de poner en marcha leyes especiales que recorten las libertades democráticas en Gran Bretaña.

 

Porque de eso se trata, en última instancia: de presentar a la sociedad británica (y europea) una legislación cortada sobre el patrón de la Patriot Act norteamericana, es decir, que tome como modelo el mayor ataque al sistema de garantías democráticas de la Constitución norteamericana desde la independencia de los EEUU. No es casualidad que a las pocas horas de ese supuesto segundo ataque terrorista en Londres, sin víctimas y con detonadores “que explotan”, Bush y su gang lograran que el Congreso norteamericano prolongara indefinidamente 16 de las 18 disposiciones restrictivas para la democracia y la libertad de expresión que contiene la Patriot Act; en suma, los neocons norteamericanos han consolidado su golpe de Estado.

 

Y ahora Tony Blair, interpretando a la perfección su papel de caballo de Troya, pretende ser el puente a través del cual penetre en Europa una legislación semejante. Tras los atentados del 7-J el premier británico ha visto –naturalmente- reforzada su posición, tanto en su Gobierno como en su partido; la oposición le apoya patrióticamente, y la ciudadanía cierra filas en torno a sus dirigentes. El escenario es calcado al que debía haberse producido en España el 11-M: un Gobierno muy tocado, al que una situación límite –un ataque terrorista en gran escala- devuelve sino el aprecio sí al menos el apoyo interesado de los ciudadanos. Pero en España falló, y en Gran Bretaña fallará a no tardar: Europa no es EEUU.

 

De hecho, hay señales que anuncian que esa situación de piña en torno al líder y su “política antiterrorista” es un puro espejismo, y ello por dos razones que a la postre están destinadas a crear las condiciones que terminarán con la carrera política de Tony Blair: una, porque las encuestas siguen diciendo tozudamente que dos tercios de los británicos responsabilizan del terrorismo que sufren a la guerra de Irak y al seguidismo de su Gobierno respecto a la política imperial USA (¡ya lo dicen incluso los centros oficiales de estudios estratégicos británicos!); y dos, porque en cuanto los británicos conozcan la legislación antiterrorista que Blair prepara, reaccionarán no como los norteamericanos (que es como esperan Bush y Blair que lo hagan), sino como los españoles: va a ser prácticamente imposible que Blair concluya su mandato como premier.

 

La lucha contra las “Patriot Acts a la europea” que querrán imponernos será larga y dura, y probablemente estará salpicada de nuevos y más brutales atentados. Pero esa sí es una guerra en la que hay que vencer, por el bien de Europa y el de toda la Humanidad.

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