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Berga como síntoma de fractura social

Uno tiene la impresión de que políticos, medios informativos y fuerzas vivas nos están intentando ocultar cosas importantes en el asunto de Berga. La primera, los hechos acaecidos realmente: no es de recibo la versión publicitada según la cual un heterogéneo grupo integrado por españoles e inmigrantes de varias nacionalidades y diversas culturas (marroquíes, ecuatorianos, polacos y dominicanos), atacaran navaja en mano y sin mediar provocación a una pacífica masa de ciudadanos que contemplaban una fiesta popular, ensañándose al azar con sus víctimas una a una y sin mediar incidente previo alguno. Hubo un muerto, pero pudieron ser bastantes más.

En un primer momento, y a partir de los testimonios recogidos in situ, llegó a publicarse que todos los atacantes llevaban camisetas y lucían símbolos propios de la extrema derecha española. La versión resultaba tan descabellada –supondría que en la agresión participaron codo con codo ultraderechistas españolistas y emigrantes marroquíes-, que pronto se cambió por otra: el ataque era obra de un clan de conocidos narcotraficantes, gente marginal asentada en la comarca y con un amplio historial delictivo. Alguno de los detenidos pertenece al parecer a este segundo grupo. Que se sepa, no hay ningún skin o similar entre los detenidos.

 

A pesar de las detenciones, la confusión continúa y los rumores se suceden sin solución de continuidad. Se acusa a los Mossos d’Esquadra (la policía autonómica) de haber tardado media hora en personarse en el lugar de los hechos, con poco personal y menores ganas de actuar contra los agresores; en suma, lo que se está haciendo correr es que podría haber alguna especie de complicidad entre policías y agresores. Y naturalmente, la responsabilidad última de lo sucedido se achaca al "excesivo número de inmigrantes" llegados a la población en los últimos años.

 

Intentaré aportar algunas pistas para intentar conocer la verdad.

 

Primero, hay que situarse geográfica y socialmente. Berga es una población del interior de Catalunya, situada en el centro de la llamada "Catalunya catalana", es decir, de la Catalunya rural, ultracatólica e hipernacionalista, la misma tierra donde el carlismo, más que un fenómeno político, fue a lo largo del siglo XIX y primeros años del XX un fenónemo social que dejó profunda huella en esas comarcas. El nacionalismo catalanista contemporáneo es heredero de muchos de los postulados políticos y sociales carlistas, y sobre todo de su mentalidad integrista y ruralizante.

 

En segundo lugar, hay que conocer las circunstancias políticas en que se mueven las "fuerzas vivas" de la ciudad. A pesar de esa identificación de buena parte de los habitantes de Berga con las posturas más radicalmente nacionalistas, desde las últimas elecciones municipales los socialistas del PSC ocupan, por primera vez en la historia, la alcaldía de la ciudad. El malestar que tal situación genera en ciertos sectores de la población, especialmente entre los más jóvenes y radicalizados, ha acabado por interiorizarse como causado por una afrenta política.

 

En tercer lugar, hay que aproximarse a las tensiones sociales que agitan la población. Berga, al igual que el resto del país, ha vivido en el último lustro la llegada de un contigente de inmigrantes de cierta importancia numérica, especialmente para una pequeña ciudad que tradicionalmente ha quedado al margen de la recepción de flujos migratorios. Con el agravante de que éstos inmigrantes que llegan ahora son, en su mayoría, y por razones culturales, religiosas y de mentalidad, difícilmente asimilables. Las condiciones salariales y de vida a las que se les ha sometido, y la conciencia de no ser aceptados más que como mano de obra barata, han añadido tensiones sociales a un clima ya enrarecido por el desencuentro cultural y vital entre unos y otros.

 

Un último elemento, directamente relacionado con ese desencuentro y que que en este caso ha actuado como mecha propiciadora de la explosión, lo desvela la antropología cultural. En toda comunidad humana, especialmente entre las que se sienten más apegadas a las formas tradicionales de pensar y de vivir, el ciclo festivo ocupa un lugar central en la existencia de las personas. En ambientes como el reseñado, la participación en la fiesta es un baremo que mide el arraigo de cada persona en relación con su comunidad; la fiesta más que una celebración de entretenimiento, deviene un ritual destinado a conservar ciertas señas de identidad colectivas.

 

También para los inmigrantes la fiesta es una forma de reivindicarse cuando es propia, y un canal de integración en la comunidad de recepción cuando es ajena. Pero si se les obliga a celebrar las propias fiestas en la semiclandestinidad o de un modo no adecuado con sus creencias, ritos y mentalidad, y se dificulta o impide su participación en la fiesta de la comunidad en la que se han insertado, las consecuencias pueden acabar siendo extremadamente violentas.

 

Una de las manifestaciones festivas de mayor tradición y arraigo en la Catalunya interior, es precisamente, la Patum de Berga. Es ésta una fiesta de origen medieval, popular y muy ritualizada, en la que participa de modo activo toda la población autóctona, especialmente los jóvenes; organizados en grupos, son ellos quienes sostienen la fiesta y le dan vigor y color. Alrededor de la Patum hay tejido todo un universo simbólico encarnado en animales totémicos, que mucho tienen que ver con el mundo rural idealizado del que originalmente procede la fiesta; en cierto modo, toda ella –como otras semejantes- es una forma de hacer (re)vivir una vez al año esa Arcadia feliz y perdida, pasado elegíaco al que se remite todo nacionalismo que se precie y que en realidad nunca existió.

 

Desde hace algunos años, además, la Patum atrae a miles de visitantes de todo el país, habiéndose convertido en un reclamo turístico de primer orden. El aumento del número de asistentes/espectadores y la lógica mayor diversidad cultural y social de éstos comporta, obviamente, un mayor riesgo de conflictividad.

 

En respuesta, el monopolio de la fiesta por los organizadores autóctonos ha adquirido caracteres aún más excluyentes. Las imágenes de televisión de estos días muestran como el espacio festivo donde se desarrollaron los hechos estaba copado por casetas propagandísticas de organizaciones radicales independentistas catalanas. Al producirse esa monopolización absoluta de la fiesta quedan definitivamente excluidos de ella, por tanto, todos aquellos que por tener cosmovisiones diferentes (caso de los inmigrantes, especialmente los provenientes del Tercer Mundo), no comparten ese ideal.

 

Esa frustración de quien ve a los otros celebrar, y sobre todo ser parte protagonista de un acontecimiento singular e importante para la comunidad y del que él se siente marginado, acaba desembocando inevitablemente en conflictos sociales. Y todo conflicto social no atajado acaba traduciéndose en estallidos de violencia.

 

En todo caso, esos estallidos nunca son gratuitos ni imprevisibles. Antes de que se produzcan se ha vivido un período largo de acumulación de tensiones y de choques menores, señales más o menos evidentes de que la fractura entre comunidades va agravándose: la intensidad final de la violencia que se desate dependerá de la profundidad de la fractura producida.

 

La responsabilidad de quienes no han sabido prevenir la situación es pues patente. Pero la de quienes atizan el fuego a posteriori, intentando manipularla en beneficio propio, es todavía mayor. Por omisión o por acción según casos, unos y otros están poniendo los cimientos de un conflicto intercomunitario de tal gravedad, que puede llegar a destruir la convivencia civil en el país en un plazo de tiempo relativamente breve.

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