El NO francés a la Constitución europea
Alguien ha escrito estos días que "en un mundo de leones, los franceses han elegido ser cabeza de ratón".
Nada que objetar: la elección es perfectamente legítima, aunque también un síntoma del grado de decadencia al que ha llegado la famosa "grandeur" francesa.
Pero es que el NO francés tiene dos consecuencias de mayor alcance, que superan con mucho las fronteras del país.
La primera: dinamita el proceso de construcción europea. Es ilusorio pretender que ahora estamos en mejores condiciones para hacer una Constitución europea verdaderamente progresista y avanzada. Porque no es cierto: no hay Plan B, ni alternativa viable a corto y medio plazo. A partir de ahora, todo en el marco europeo será más difícil, más cuestionable, más lento aún, y sobre todo, menos comprometedor para los Estados. Queda gravemente tocada asimismo la credibilidad de las instituciones y las iniciativas europeas. En resumen, hemos retrocedido varias décadas.
La segunda: el NO francés es el primer triunfo estratégico de importancia en política exterior de la Administración Bush, y viene a romper la cadena de derrotas de los EEUU en ese campo iniciada con la invasión de Irak. Todo un balón de oxígeno para la acción militarista norteamericana. No por nada, al día siguiente del referéndum francés el triunfo del NO era saludado con entusiasmo desde la portada del "Wall Street Journal" y otros medios neocons norteamericanos.
Pero es que incluso en clave exclusivamente francesa, la victoria del NO es un desastre político absoluto. Alrededor del NO se agrupa una extravagante coalición virtual a la que han aportado sus votos los nacionalistas chauvinistas, los neofascistas xenófobos, la izquierda parlamentaria desnortada, el infantilismo peudoizquierdista y un europeísmo pretendidamente radical. Una insustanciada política, en suma.
¿Quién va a gestionar ese triunfo? Y sobre todo ¿quién dará forma a un proyecto político capaz de integrar tan contrapuestas voluntades? ¿el "socialista" Fabius? ¿el fascista Le Pen? ¿la trosko-saurio Arlette Lagillier? ¿el "liberal" Sarkozy?.
El proceso de desintegración de la sociedad y la política francesas, iniciado con la primera vuelta de las últimas elecciones presidenciales, continúa imparable.
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