Desde el país del Tres Por Ciento
Durante el debate en el parlamento de Catalunya sobre el desastre del barrio del Carmel, el president Pasqual Maragall se dirigió al grupo parlamentario de CiU con estas palabras: "Ustedes tienen un problema, y se llama tres por ciento".
Mira por dónde los mortales de a pie nos hemos enterado ahora de algo que al parecer –basta leer los editoriales de los periódicos catalanes de estos días- todo el mundo en las élites políticas y económicas del país sabía hace mucho (pero nadie se atrevía a decir en voz alta): que toda la obra pública licitada en Catalunya durante el casi cuarto de siglo en que han gobernado los "nacionalistas moderados" de CiU, llevaba aparejada (presuntamente, faltaría más) una comisión del tres por ciento sobre el montante total; mordida cuyo importe iría destinado (presuntamente, faltaría más) a las arcas del partido de Jordi Pujol.
Lo sabía todo el mundo, dicen ahora….menos los ciudadanos corrientes. Los jueces parece que tampoco estaban al tanto. Claro que los jueces tampoco sabían hasta hace unos meses que uno de los suyos, Lluís Pascual Estevill, estuvo cobrando millonadas a los más ricos empresarios de Catalunya para no enviarles a la cárcel con sumarios prefabricados o reales, según casos, aunque la actividad delictiva del señor juez duró más de una década.
Así que este es el país de la santa inocencia. Pasan cosas, pero nadie sabe nada. Y no será por falta de antecedentes. La burguesía catalana ya ha dado muestras históricas sobradas de las cimas que es capaz de alcanzar en materia de corrupción. Ahí han quedado hitos como la especulación financiera e inmobiliaria desatada a finales del siglo XIX ("La febre de l’or", la fiebre del oro), las fortunas amasadas durante la Primera Guerra Mundial traficando con todos los contendientes, el estraperlo al por mayor y el manejo de las licencias de importación durante el franquismo, o ya en la transición a la democracia, el caso Banca Catalana, el mayor pufo bancario de la historia de Europa (alrededor del cual se tejió hábilmente una leyenda de martirio patriótico, gracias a la cual Jordi Pujol se convirtió en una especie de monarca casi absoluto durante 23 años).
Con semejantes precedentes, sumados al tupido entremado clientelar montado por CiU durante las casi dos décadas y media de pujolismo, a quién debería extrañar que las empresas que se llevaban los contratos de obra pública tuvieran que soltar un buen dinero con el cual seguir "haciendo país". Por ahí anda incluso una tendencia organizada dentro de CiU llamada "Sector Negocios", en la que históricamente han militado los pesos más pesados (también en sentido físico) de esa casa. Sería bueno, por ejemplo, que además de intentar desenmarañar los "ingresos atípicos" registrados por ese partido en todos estos años, alguien investigara el crecimiento disparatado (y presunto, faltaría más) de las fortunas personales de algunos de los más significados dirigentes "nacionalistas moderados" catalanes.
Para que todo este grano de pus reventara, ha hecho falta una catástrofe como la del Carmel. Y eso que la chapuza integral cometida con esas obras desde su concepción en el año 2000 hasta su ejecución iniciada en 2004, ya es suficiente causa como para motivar la irritación de los vecinos afectados, y de los muchos que sin serlo nos vemos reflejados en ellos.
Pero la cosa va mucho más lejos, ya que debido a la crisis del Carmel ha comenzado a aflorar toda la porquería acumulada en el subsuelo del otrora llamado "oasis catalán". Y el olor que se está expandiendo es tan repugnante, que cualquier ciudadano decente puede sentirse a partir de ahora un afectado más.
Obviamente no estamos ante un hecho aislado, tal como ratifica la denuncia de Maragall (que por cierto tuvo lugar durante el pleno parlamentario en el que se informaba del problema del Carmel): "Ustedes (señores de CiU) tienen un problema, y se llama tres por ciento". Maragall no pudo soportar más tiempo que quien llevara el peso del ataque parlamentario contra su gestión de la crisis fuera precisamente Felip Puig, el último conseller de Obras Públicas pujolista, y responsable, por tanto, hasta diciembre de 2003 de todo el proyecto del túnel del Carmel.
Apenas intervino Maragall saltó al micrófono Artur Mas, sucesor de Pujol al frente de CiU, para chantajear al actual gobierno catalán con no participar en la redacción del nuevo Estatuto de Catalunya si Maragall no retiraba sus palabras: es decir, si el president catalán no aceptaba colaborar como encubridor de la colosal corrupción que acababa de denunciar ante los diputados y las cámaras de televisión.
Para consternación de unos y alivio de otros, Pasqual Maragall se plegó al chantaje de Mas y retiró sus palabras porque, vino a decir, la elaboración consensuada del nuevo Estatut de autonomía está por encima de esas cosas.
Lógicamente, la irritación en el Carmel y en el resto de barrios de la periferia barcelonesa es ahora mucho mayor si cabe. Así que su desgracia –provocada en último término por las sucesivas Administraciones autonómicas catalanas-, queda relegada en beneficio de los "superiores intereses" del país, encarnados en la redacción consensuada de un nuevo Estatut .
En otras palabras: carpetazo a la corrupción, para que prevalezca el acuerdo entre políticos. Y luego dirán que la ciudadanía anda desmotivada con esto de la política.
Afortunadamente, el fiscal en jefe de Catalunya, José María Mena, ha tomado cartas en el asunto, y al parecer va a proceder de oficio. Mena es hombre de izquierdas, no vinculado a ningún partido ni grupo social, íntegro y especialmente odiado por Pujol y su gente. Tienen motivos para odiarle y temerle, naturalmente: José María Mena fue el fiscal del Caso Banca Catalana, el que estuvo a punto de llevar a la cárcel a Jordi Pujol; entonces quien podía hacerlo frenó el proceso, precisamente en aras de evitar la "fractura civil" en Catalunya, la misma conque Pujol vuelve a amenazar ahora al verse de nuevo acorralado.
Por cierto que en el caso Banca Catalana el abogado de Pujol fue Joan Piqué Vidal, ahora condenado como compinche e intermediario entre el juez Pascual Estivill y sus víctimas. Un Pascual Estevill de quien hay que recordar que fue miembro del Consejo General del Poder Judicial a propuesta de CiU, precisamente. Así era el "oasis catalán".
En resumen, nadie va a evitar a los vecinos del Carmel la frustrante certeza de que en el parlamento de Catalunya se ha trapicheado con su desgracia, y que para los políticos de todos los colores sus problemas son de segunda clase en relación con los que afectan a la "comunidad nacional".
Una "comunidad nacional" cuyos dirigentes, por cierto, con el Tripartito igual que antes, continúan más interesados en la mística patriótica que en las realidades cotidianas: sólo hay que ver lo rápido que casi todos los políticos más relevantes fueron a Macao para acompañar a la selección catalana de hockey sobre patines, y lo mucho que les ha costado a la mayoría acercarse por El Carmel.
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