Después de Ibarretxe, la voluntad de los vascos
El debate en el Congreso de los Diputados en torno al Plan Ibarretxe no se ha salido del guión anunciado. Cada una de las partes ha actuado tal como se esperaba de ella; al fin y al cabo, en este asunto la escenificación era ya lo único importante.
Durante los días anteriores a la celebración del pleno, el lehendakari amagó con no ir a Madrid ni enviar a nadie en su nombre. Quizá más que un desafío, que también, podía verse en esa actitud cierto desaliento ante el final cantado del trámite parlamentario. Aún así, todo el mundo sabía que Ibarretxe acabaría yendo al Congreso; en caso contrario, ese gesto –no presentarse ante el pleno para defender su propuesta- hubiera podido ser entendido –según quien fuera el intérprete- como arrogancia, desentendimiento o claudicación. A estas alturas, "sostenella y no enmendalla" era la única carta que podía jugar el lehendakari; bloqueadas todas las salidas y sin ningún conejo que sacar de la chistera a última hora, Ibarretxe fue coherente consigo mismo y con su público y apuró la copa hasta el fondo.
En el pleno se ha firmado el acta de defunción del Plan Ibarretxe. Y probablemente, también ha comenzado la cuenta atrás para la designación de otro candidato nacionalista para dentro de cuatro años. Naturalmente todos los parlamentarios del PNV y de EA han dado su apoyo al Plan Ibarretxe; podríamos decir que ése era el último acto de la representación. Finalizada ésta, todos los actores, nacionalistas y no nacionalistas, están ya en otra cosa.
Los restantes grupos se han atenido asimismo estrictamente a lo que se esperaba de ellos. Bronco una vez más el PP, apelando -como siempre que surgen estos temas- a la grandilocuencia de las palabras pomposas y huecas. Contenidos los socialistas, buscando combinar el rechazo al Plan soberanista con dejar puertas abiertas a futuras negociaciones con los nacionalistas vascos; negociaciones cuya agenda, por otra parte, a estas horas ya debe estar seguramente esbozada. Las demás fuerzas parlamentarias se han alineado como era previsible: nacionalistas catalanes y gallegos a favor del Plan (un sí con la boca pequeña, mientras esperan que otros lo frenen), IU dividida (una vez más), y los del Grupo Mixto cada cual a su aire.
Al parecer, Imaz y la dirección del PNV ya estarían trabajando en la preparación de las líneas maestras de un nuevo proyecto de estatuto vasco. Los trabajos previos se habrían encomendado a personalidades de reconocido prestigio en campos muy diversos, y el objetivo final sería elaborar una propuesta que alcanzara las mayores posibilidades de consenso con el resto de fuerzas políticas vascas.
Si así fuera, sería comprensible el silencio del PNV en los últimos tiempos: el partido habría dejado que Ibarretxe cargara él solo con la responsabilidad de defender su Plan. Se trataría así de mantener incólumes la imagen del partido y su margen de maniobra con otras fuerzas políticas, a fin de no quedar comprometido por el resultado final negativo que con seguridad iba a obtener la propuesta del lehendakari; si fuera esta la explicación, si el propio PNV se hubiera sentado tranquilamente a esperar a que Ibarretxe fracasara, el futuro político del actual lehendakari sería bastante obscuro.
Tras el rechazo parlamentario al Plan Ibarretxe en el Congreso, se abren ahora expectativas inéditas en la política vasca. Casi todos los caminos quedan disponibles, aunque lo más razonable parece ser que el parlamento vasco opte por un modelo "a la catalana" para la confección de un nuevo estatuto, tal como Zapatero sugirió a Ibarretxe durante el debate: con consenso previo en el parlamento vasco, la nueva propuesta sería irrebatible en Madrid.
Si ése es el camino finalmente elegido, no será fácil. Supondría que el El PNV debería ser capaz de iniciar al menos el mismo camino que ha hecho ERC en estos últimos años: evolucionar del nacionalismo identitario decimonónico hacia un nacionalismo socialmente integrador, más acorde con el siglo XXI. Y ni siquiera es seguro que a medio y largo plazo sea políticamente viable esa oferta de un nacionalismo "socialmente integrador"
El PSE por su parte debería realizar un esfuerzo por desprenderse de las adherencias de un nacionalismo español tosco y caduco. La actualización de la vieja idea nuclear de que el socialismo no se debe a ningún proyecto nacional en concreto porque les trasciende a todos, en tanto que su interés principal es superar cuanto genera división y enfrentamiento entre personas, ayudaría a ese partido a desencasillarse del "estatalismo" españolista y a contemplar otros escenarios político-jurídicos posibles para Euskal Herría. Dicho en corto: los socialistas vascos (y sus adversarios) deberían asumir cuanto antes que con Estado unitario, autononomías, federalismo o independencia, seguirá habiendo un partido socialista organizado en el País Vasco. Y obrar en consecuencia.
Por todo ello, y en la medida en que PNV y PSE vienen representando grosso modo y desde hace un siglo a la mayoría de la sociedad vasca (el uno a las clases medias y el otro a las clases trabajadoras), ningún proyecto de acuerdo nacional que no tenga en cuenta simultáneamente a ambas formaciones políticas y a sus respectivos apoyos sociales (es decir, a la gran mayoría de los vascos), podrá salir adelante en un marco democrático.
El papel presente y futuro de las otras fuerzas políticas vascas, es sólo subsidiario o directamente irrelevante respecto a esos dos grandes referentes. La excepción puede ser Batasuna, si es que alguna vez llega a desprenderse de la tutela de ETA y es capaz de convertirse en un partido político real. En todo caso, en un marco político y social en el que hubiera cesado la violencia etarra, Batasuna se vería en la disyuntiva de evolucionar rápido hacia un perfil similar al de ERC (y por tanto muy cercano al de un PNV renovado), o pronto desaparecería en la nada.
En conclusión, si hay algo que parece claro tras la autoinmolación de Ibarretxe, es que ningún proyecto político de largo alcance -se promueva desde el País Vasco o desde cualquier otra comunidad nacional de la España actual-, tiene posibilidades de salir adelante si es apoyado tan sólo por una parte de la sociedad a la que va destinado; y ello aunque goce de mayoría aritmética parlamentaria, y por tanto, de toda legitimidad desde el punto de vista legal.
Sólo los proyectos de organización nacional con amplio consenso en la comunidad afectada, tienen verdaderas posibilidades de triunfar cuando –inevitablemente- se produzca el conflicto de legitimidades con el Estado: en democracia, ante la igualdad de credenciales legitimadoras, acabará prevaleciendo más pronto o más tarde la voluntad libremente formada y manifestada por los directamente afectados.
La decisión final debe corresponder por tanto a los vascos. A todos los vascos, sin excepciones.
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