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¿Quién teme a la Constitución Europea?

El proceso de gestación de una Constitución para Europa ha sido, como era previsible, lento y complejo, como todo cuanto tiene que ver con el proceso de construcción de la Unión Europea, iniciado hace ya más de medio siglo.

 

Además, los tiempos no son propicios a esta clase de iniciativas. A la crisis del modelo económico socialdemócrata, asentado en Europa tras la Segunda Guerra Mundial y ahora al borde del agotamiento, se han sumado los efectos políticos de la revolución neoconservadora en EEUU, que en Europa ha significado la ruptura de la solidaridad europea (manifestada con toda crudeza con motivo de la crisis de Irak, en la que los gobiernos de Blair y Aznar actuaron como quintacolumna interna al servicio de la Administración Bush).

El proceso mismo de elaboración de la propuesta de Constitución reflejó a su vez las tensiones internas europeas más propiamente ideológicas y de mentalidad. Algunas organizaciones de carácter conservador, como la Iglesia católica, jugaron fuerte sus bazas mediante los partidos y gobiernos europeos afines a sus posiciones ideológicas, a fin de condicionar el contenido mismo de la que se pretendía fuera la Carta Magna de todos los europeos y ellos querían convertir en un dogal que limitara derechos y libertades.

 

Con todo, el proyecto final de Constitución europea alumbrado constituye un hito fundamental en ese proceso de construcción europea ininterrumpido aunque a menudo obstaculizado por, entre otras razones, la falta de un marco político-jurídico referencial común y único para todos los estados miembros, que es precisamente lo que viene a aportar esta Constitución. Una Constitución consensuada para toda Europa representa pues, a pesar de todas sus lagunas, un avance fundamental en el camino de la unidad europea, y sobre todo, en el fortalecimiento del modelo político que consagra la "excepción europea" en un mundo que se define no precisamente por el amor y respeto a la democracia y a las libertades.

 

Esta es la primera Constitución europea, y por tanto nada que haya de quedar esculpido en piedra por los siglos de los siglos. En el futuro, si el contexto y la correlación de fuerzas lo permiten, será mejorable e incluso substituible por otra más avanzada: dependerá de nosotros mismos, los europeos, que sea así. Como depende de nosotros mismos tenerla ahora o seguir careciendo de ella.

 

Todos los procesos encuentran resistencias, naturalmente, y éste no es una excepción. Sabemos que desde la Administración norteamericana se han hecho y se hacen esfuerzos para introducir la división entre los europeos. Donald Rumsfeld habló de la "nueva" y de la "vieja Europa" para diferenciar entre los gobiernos europeos que se plegaban al "diktat" de la Administración neocon norteamericana y los que no lo hacían. Por razones obvias, a la ultraderecha que gobierna en EEUU no le conviene una Europa unida.

 

En sintonía con estos intereses se alinean las costras de un pasado europeo que, aunque vencido en 1945, de vez en cuando aún se atreve a levantar la voz. Por los mismos días en que se cumplen 60 años de la liberación de Auschwitz y del resto de campos de exterminio, la extrema derecha europea se reagrupa tras el "No" a la Constitución europea: el Frente Nacional francés, los neofascistas italianos, los neonazis del PL austríaco y del Vlams Blok flamenco, los sectarios fanáticos del partido Unionista del Ulster…Quienes están pidiendo el no a la Constitución se llaman Le Pen, Haider, Ian Pasley, Alessandra Mussolini…

 

En España, la convocatoria de un referéndum para dilucidar la ratificación o no de la Constitución europea ha vuelto a poner de relieve las contradicciones de la política interna, y la reducción a ésta de cuestiones que en principio deberían tener más largo alcance.

 

En la derecha española, mientras la dirección del Partido Popular apoya el "Sí" sin ningún entusiasmo simplemente para no quedar política y socialmente aislados, desde la COPE, la emisora de la Iglesia católica, se llama al "No" y se apela a la movilización de los sectores de extrema derecha de ese partido.

 

Entre los nacionalistas, los vascos del PNV votarán favorablemente siguiendo su tradición europeísta, mientras que los catalanes de CiU han pasado en semanas del no al sí y de éste a la posible abstención (tal es el grado de desconcierto y confusión en esta fuerza desde que han perdido el poder en Catalunya). Los independentistas catalanes de ERC apuestan por el "No", probablemente para marcar distancias con el gobierno de Madrid e intentar a la vez rentabilizar el volumen global de votos negativos que aparezcan en Catalunya.

 

En la izquierda, el PSOE apoyará sin fisuras el sí, en tanto Izquierda Unida votará "No" por razones similares a ERC: marcar distancias con el gobierno socialista e intentar recoger un hipotético voto de protesta que suele manifestarse con mayor facilidad en los referéndums.

 

En el fondo, en todas las opciones que apuestan por el "No" (y en el "Sí" tímido del PP) subyace el temor a que el referéndum se convierta en un plebiscito a favor de Zapatero, y a que de ser así, éste se vea tentado de disolver las Cortes y convocar nuevas elecciones, que podría ganar ahora con mayoría absoluta o lo suficientemente amplia como para que el PSOE prescindiera de otros apoyos. Escenario que evidentemente no conviene en absoluto a un PP que cada día que pasa está más lejos de recuperarse de la derrota del 14-M, y tampoco a los partidos que ahora prestan apoyo parlamentario a Zapatero desde fuera del gobierno.

 

Aunque sean razones legítimas, todas ellas se fundamentan en dos errores políticos considerables:

 

Uno, que se originan desde una posición negativa, a la contra, que el electorado seguramente percibirá con claridad: en estos momentos la iniciativa política es claramente de Zapatero, y los demás se ven obligados a posicionarse en función de ella. Y en política, quien tiene la iniciativa suele recibir un plus de apoyo en voto popular.

 

 El segundo, y más grave, que como recordaba hace poco José Montilla, dirigente de los socialistas catalanes y ministro del gobierno Zapatero, una vez que se haya votado será imposible diferenciar la papeleta del "No" de Llamazares (Izquierda Unida) del "No" de Jiménez Losantos (el principal vocero mediático de la extrema derecha española). Gestionar ese "No" en el muy hipotético caso de que triunfara u obtuviera un alto grado de apoyo sería imposible, dada la disparidad de sus orígenes.

 

Deslindados los campos, parece evidente que el próximo día 20 de febrero los ciudadanos decidirán no sólo si España acepta el actual proyecto de Constitución europea, sino que también refrendarán o sancionarán en clave de política interna las posiciones de las diferentes fuerzas políticas del país. Por tanto, y junto a cuestiones esenciales de ámbito europeo, está ahora asimismo en juego la continuidad del proyecto reformista inaugurado el 14 de marzo último.

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