La moral de los dinosaurios
Manuel Fraga Iribarne, el dinosaurio por excelencia –casi 82 años y más de medio siglo en la política-, anuncia que volverá a presentarse por quinta vez a la presidencia de la autonomía gallega. Mientras, a su partido le explota un escándalo en Mérida que da idea del nivel de degradación ética en el que se desenvuelve esta gente.
Lo del PP no tiene remedio. Lo de los gallegos, tampoco. Imaginemos por un momento que Joseph Goebbels estuviera vivo y presidiera Baviera, ganando allí una elección tras otra. ¿Increíble? Pues no. El Goebbels español está vivito y coleando, y presidiendo Galicia. Se llama Manuel Fraga.
Como Gobbels, Fraga fue ministro de Propaganda de un dictador fascista. Tomó parte en consejos de ministros en los que el general Franco firmaba sentencias de muerte mientras bebía café y charlaba de pesca. Tras la muerte de Franco fue ministro del Interior, y por tanto tuvo bajo su mando los cuerpos policiales durante los primeros años de la transición. Entre noviembre de 1975 y junio de 1977 se contaron sesenta muertos: el desalojo de la catedral de Vitoria, Montejurra, la matanza de abogados de Atocha, la Semana Negra de Madrid…claro que entonces, cada vez que las calles se teñían de sangre, Fraga siempre estaba de viaje en el extranjero. Curiosa coincidencia.
Fraga fundó AP con los restos del franquismo que no se resignaban a travestirse a la democracia, repudiando a los "traidores" que siguiendo resignadamente a Suárez crearon la UCD. Ellos, AP, eran la crema de las últimas promociones de jerarcas franquistas, los irreductibles: con Fraga estuvieron López Rodó, Silva Muñoz, Martínez Esteruelas y el resto de la banda de los entonces llamados Siete Magníficos. Derrotados estrepitosamente en 1977 y 1979, la AP de Fraga se refundó como PP (poco más que el cambio de una letra), y llegó a tiempo de recoger los restos del desastre de UCD en 1982, quedando como única alternativa de derecha. A partir de ahí, un despliegue financiero y mediático sin precedentes allanó el camino al poder de un engendro de Fraga, su príncipe heredero: José María Aznar. Fraga se retiró al rincón gallego, y hasta ahora ha vivido políticamente –y también económicamente, claro- del atraso, el analfabetismo, la sumisión y una cierta estupidización colectiva que en Galicia propician el caciquismo finisecular y la fuerza intacta de la Iglesia más ultramontana de España.
Los episodios de corrupción y abuso de poder han menudeado en Galicia como en ninguna otra comunidad autónoma. Ni siquiera el control político absoluto sobre los medios de comunicación públicos gallegos y la domesticación de los privados, ha conseguido ahogar por completo la difusión de algunos escándalos que por sí mismos califican a los implicados en ellos, empezando por el propio Fraga.
Pero corrupción y abusos de poder no se han limitado a Galicia en la España del PP. Así, mientras el Padre Fundador amenaza a los gallegos con seguir presidiéndoles hasta que el diablo le llame a su lado, invocando (una vez más) a modo de justificación la defensa de las altas virtudes y valores que finge encarnar la derecha, algunos de sus compinches de partido organizan en Mérida una orgía en la que obligan a participar a personas a las que se usa sexualmente y se las fotografía. Que el hermano del alcalde de la capital extremeña acumule tanto poder como para obligar a eso a personas vinculadas a instituciones y empresas públicas de la localidad, da idea del nivel de autoritarismo despótico y en definitiva, de identificación con los más oscuros registros mentales del fascismo que acumulan esta gente. Y no sólo en Galicia y en Mérida, obviamente.
Mientras en público los dirigentes del PP se llenan la boca defendiendo la "moral" cristiana, la familia, el valor de la libertad individual, el respeto a a la vida humana y tantos otros conceptos que en sus manos se convierten en instrumentos de agresión contra los derechos de las personas, resulta que un poco por aquí y un poco por allá menudean los casos en que sus gentes violan esos principios hasta reducirlos a polvo.
Esta es la moral de los dinosaurios. Una moral que proclaman a grandes voces y que quieren que rija obligatoria para los demás, mientras ellos tienen barra libre y derecho de pernada. Como siempre ha sido, por otra parte.
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