Blog

Hay que votar Sí al Estatut, aunque sea con una pinza en la nariz

  generalitat

Publicado originalmente en Izaronews, junio 2006

En Catalunya todo el mundo sabe que cuanto ha rodeado a la nueva propuesta estatutaria, desde su génesis en adelante, ha sido un puro disparate. También sabemos todos que este Estatut se “inventó” como un juguete que a falta de una obra de gobierno que presentar, nos mantuviera entretenidos a los catalanes y convencidos de, por fin, tras un cuarto de siglo de pujolismo, algo iba a cambiar.

Sabemos quién parió ideológicamente este Estatut –ERC-, y quién pretende tirarlo ahora a la basura inducido por un ataque de cuernos –ERC-; quién hizo inviable el texto que debía salir del Parlament de Catalunya –CiU-, y quién pactó luego recortes que lo han dejado en los huesos –CiU-; quién fue incapaz de liderarlo políticamente –el PSC-, y quién se quejó luego cuando el PSOE le sacó las castañas del fuego –el PSC-; y sabemos, en fin, quién prometió carta blanca primero –el PSOE-, y quién redujo a cenizas el texto del Estatut luego, llevándose de paso por delante al gobierno tripartito catalán –el PSOE.

Sabemos todo eso, y sabemos otras cosas más. Sabemos por ejemplo, que este Estatut perpetua la infecta ley electoral catalana, según la cual el voto de un ciudadano de la provincia de Lleida vale por el voto de 3’5 ciudadanos de la provincia de Barcelona, y el de un ciudadano de la provincia de Girona por el de 2’5 ciudadanos barceloneses. Sabemos que ante la tímida propuesta de PSC e IC de confeccionar una ley más acorde con el principio democrático universal “un ciudadano, un voto”, ERC y CiU amenazaron con dinamitar el proceso de redacción del Estatut, y que los partidos de izquierda se plegaron a esa presión.

Sabemos también que en éste Estatut no está la Carta de Derechos Sociales de los Trabajadores, cuya inclusión habían pactado PSC e IC con los sindicatos de clase, pues fue expresamente vetada por CiU y PP; veto ante el que los partidos de izquierda volvieron a plegarse una vez más, y ante el que ERC se declaró “neutral”. Entre paréntesis, hay que destacar la resignación cansina con la que los sindicatos han terminado pidiendo el voto favorable al Estatut; probablemente no tenían otra opción que aceptarlo, vistos sus problemas para garantizarse la supervivencia económica.

Y sabemos también, finalmente, que en Catalunya la distancia entre la ficción política y la realidad cotidiana se ha mostrado insalvable. Tal vez porque como afirma Josep Ramoneda, “toda nación es una ficción basada en la memoria y el olvido”. En lugar de políticas que respondan a problemas reales, la gestualidad y lo simbólico han tenido siempre la primacía absoluta en el Gobierno catalán, hoy con el tripartito y ayer con el pujolismo; como no hay obra de gobierno que mostrar, se recurre sistemáticamente a los fuegos artificiales que celebran la identidad nacional.

Un ejemplo sangrante de la impotencia y hasta cierto punto del desinterés de las élites gobernantes catalanas por los problemas reales fue la crisis de la SEAT y, sobre todo, la forma en que la encaró la Generalitat, renunciando desde el principio a toda intervención directa en defensa de los intereses de los trabajadores de la empresa, afectada por un brutal plan de reducción de plantilla. Es lícito entonces preguntarse para qué sirve una Conselleria de Treball que renuncia a intervenir en los conflictos laborales.

Vistas las cosas desde la izquierda racional, el voto el próximo 18 de junio no podía ser otro que el voto en blanco. Demasiadas contradicciones, demasiados errores, demasiadas insuficiencias y demasiadas renuncias en el nuevo texto estatutario como para poder mirarlo con simpatía.

Y sin embargo, vista la forma en que el nacionalismo españolista más rancio y casposo, ya sea en su versión ultraderechista o en la versión de “izquierdas”, se ha arrojado a la campaña más feroz e irreductible que pueda imaginarse  contra el Estatut y contra el gobierno tripartito, cualquiera puede entender que  que seguramente algo de bueno hay en el texto que se propone a referéndum, y sobre todo en sus posibilidades de desarrollo. Si aparatos del Estado enteros –el judicial, por ejemplo- se han sumado a los grandes intereses empresariales y financieros, a la Iglesia católica y a los más importantes grupos mediáticos -tanto los reacccionarios como los “progresistas”-, exigiendo la cabeza de Maragall y la laminación de la propuesta de Estatut, algún motivo sólido deben tener más allá de la palabrería hueca acerca de la ruptura de España y otros delirios para consumo de electores ingenuos.

Es de resaltar que hasta la Junta Electoral ha entrado en liza intentando por todos los medios a su alcance yugular la difusión de la publicidad institucional, no ya de la que anima a ir a votar –en definitiva, a cumplir con un deber cívico- sino incluso ¡prohibiendo a la Generalitat difundir el texto estatutario y la fecha en que se vota!. Tampoco han faltado los “progresistas” que sostienen públicamente que Maragall y el nuevo Estatut constituyen una amenaza para la continuidad del gobierno Zapatero, y que por tanto debe ser barrido de la política el primero y reducido a la nada el segundo.

Si el Estatut no se aprobara los efectos jurídicos serían escasos, ya que continuaría vigente el Estatut de 1979, sin más. Pero los efectos políticos serían demoledores: independentistas catalanes y derechistas españoles se sentirían legitimados para condicionar la vida política catalana desde extremos irreconciliables, y el clima de tensión podría pasar fácilmente del terreno político al social. Un gobierno PSC-CiU se haría inevitable; semejante pacto –la “sociovergencia” o “socialpujolismo”- provocaría el más alto grado de frustración y  absentismo político entre el electorado catalán; para el PSC, sería la ruina completa a medio plazo.

Sólo una amplia victoria del Sí garantiza que tras las elecciones de octubre Pasqual Maragall continuará siendo presidente, y que se reeditará el gobierno tripartito tras un pacto del Tinell 2. Porque Maragall es el único candidato de la izquierda que puede ganar las próximas autonómicas catalanas, y cualquier otro resultado en el referéndum –una victoria del No, un porcentaje de votantes inferior al 50% del censo, un Sí por los pelos- permitiría liquidar políticamente a Maragall y forzar el gobierno PSC-CiU, que es para lo que trabajan fuerzas tan diversas como las patronales catalana y española y los aparatos de los grandes partidos implicados salvo naturalmente el PP, partido que en ese escenario se sentiría especialmente reforzado para seguir invocando el Apocalipsis y, en la medida de sus posibilidades, hacerlo real.

Por todo ello el 18 de junio hay que ir a votar, tapándose la nariz con una pinza si es necesario, y votar Sí a este Estatut. Porque lo que los catalanes nos estamos jugando ahora trasciende con mucho el terreno de los simbolismos, los mitos colectivos y las gestualidades más o menos impostadas, tan caras a nuestra clase política local. Más allá de todo eso, ahora está en juego el presente y sobre todo el futuro de una sociedad catalana que no puede resignarse a que se le imponga como de “interés colectivo” lo que no son sino las aspiraciones y necesidades -nada simbólicas ni míticas, por cierto- de la burguesía local, mientras se fuerza un proyecto de país real en consonancia ideológica con la defensa de esos intereses dominantes, en progresivo detrimento de los que son propios de las clases populares y trabajadoras.

Sólo hay que ver las cifras apullantes con las que el catedrático Vicenç Navarro nos recuerda continuamente que Catalunya está a la cola de España y de Europa en materia de las prestaciones que los ciudadanos obtienen del Estado del bienestar. Las clases populares y trabajadoras catalanas no pueden permanecer indiferentes ante el progresivo deterioro de su calidad de vida y ante el aumento paralelo de la exclusión social, mientras el bloque social dominante maximiza estratosféricamente sus beneficios.

Votar Sí es garantizar no sólo un nuevo gobierno catalán de izquierdas en octubre, sino el rearme de la Catalunya popular y trabajadora frente a quienes quieren su domesticación. Votar Sí es hoy el único voto de izquierdas posible para los catalanes.

Ningun comentario

0

Enviar comentario