Michel Onfray: Ateísmo aquí y ahora
"Tratado de Ateología", de Michel Onfray.
249 pág. Editorial Anagrama. Barcelona 2006
En respuesta a la ofensiva planetaria de las religiones monoteístas, algo empieza a moverse en el librepensamiento. Cierto que hasta ahora la voz cantante en la resistencia la lleva un laicismo bastante light cuya función principal parece ser resistir sin ofender, pues el poder de los magos monoteístas sigue siendo inmenso, y sus métodos, cada vez más brutales (véase el terrorismo islamista), tienen acogotado a todo el personal incluido el pensante.
Frente a esos apóstoles del laicismo "bien entendido" -que precisamente por su carácter de resistente acogotado se niega a sí mismo la posibilidad de pasar a la ofensiva-, se alza de vez en cuando la voz rebelde de alguien que habla en nombre de la razón y de las Luces, metiendo pasión y firmeza en el análisis de las superestructuras religiosas del mundo contemporáneo además de la clásica racionalidad que, como el valor a los militares, se le supone a todo librepensador. En suma, la voz de alguien que pasa al ataque con todas las de la ley.
Desde hace casi tres siglos esta clase de aportaciones suelen venir de Francia y obtener cierto eco en el mundillo ilustrado español. En Francia un filósofo librepensador ateo puede vender cientos de miles de ejemplares de sus libros, y provocar avalanchas de asistentes dando clases en universidades populares; en España nos conformamos con tener una buena traducción de sus textos principales, y con hacerlos circular entre pequeños grupos de intelectuales y asimilados. Algo es algo, considerando que hasta hace cuatro días como quien dice, en España el ateísmo además de ser pecado le hacía a uno reo de traición a los poderes terrenales.
Michel Onfray pertenece a esa tradición de filósofos jóvenes y entusiastas que reclaman la herencia de gente como el tremendo barón de Holbach al tiempo que le sacan la lengua al circunspecto Voltaire y a cuantos deístas en el mundo han sido; cree Onfray que el verdadero problema para los espíritus libres de nuestro tiempo son los deístas amables y burgueses más que los religiosos fanáticos, pero no anticipemos acontecimientos y vayamos por partes.
La pretensión central del "Tratado de Ateología" de Michel Onfray es desmontar –deconstruir, como se dice ahora- la esencia del monoteísmo y secundariamente, ajustar cuentas con sus principales productos derivados: el judaísmo, el cristianismo y el islamismo. Como filósofo, Onfray tiene verdadera pasión por la epistemología y el desguace de las categorías ontológicas irracionales; hablando en plata, lo que le pone es la destrucción dialéctica de las superstructuras religiosas. Y a semejante tarea se aplica con entusiasmo y eficacia, aunque a veces de un modo un tanto atropellado.
Para Onfray el monoteísmo es la clave de todo Mal, no sólo en términos filosóficos sino también sociales. Toda tiranía, desde el patriarcado al nazismo, tiene su origen en la creencia monoteísta y en su insistencia en un Dios Único, Macho y Excluyente, que se manifiesta colérico, intolerante y controlador además de enormemente celoso y capaz de cualquier aberración para preservar su exclusividad (en suma, una trasposición lineal a las regiones espirituales del modelo de un Padre-Rey muy terrenal). Las consecuencias sociales del invento monoteísta son claras: la adhesión continuada, acrítica y resignada de sus seguidores al Poder de éste mundo, en la confianza de ver recompensada en el otro tanta mansedurmbre y sumisión. Es tal vez la parte más brillante del libro.
Luego Onfray aborda el despiece de las grandes religiones monoteístas, exhibiendo el proceso de generación de cada una de ellas y sobre todo sus abundantes contradicciones internas, a la luz precisamente de los textos sagrados en que se basan. En síntesis, Michel Onfray cifra el éxito obtenido por las tres -la creada por una cadena de improbables Moisés (judaísmo), la fundada por un Pablo de Tarso al que a partir de sus propios textos Onfray describe como un enfermo mental (cristianismo), y la elaborada por un camellero analfabeto a partir de un refrito de las dos anteriores (islamismo)- en su eficiencia probada como instrumentos de alienación colectiva, y en su ductilidad asimismo acreditada a la hora de ir acomodándose a lo largo de los siglos a las cambiantes necesidades de sus promotores y beneficiarios.
Identificado el origen real y el proceso de construcción de los grandes monoteísmos a lo largo de los siglos, Onfray se detiene en iluminar aspectos básicos de su carácter instrumental como herramientas de alienación colectiva también en el mundo contemporáneo: desde las estrechas y al parecer simbióticas relaciones entre la Iglesia Católica y el régimen nazi alemán, a la perfecta adecuación de la doctrica islamista al yihadismo terrorista; olvida aquí Michel Onfray darle un repaso similar al judaísmo, con el que por cierto a lo largo de todo el texto se muestra bastante más indulgente que con los otros dos monoteísmos principales.
Onfray apunta a que la virulencia religiosa de los últimos tiempos se debe a que los monoteísmos en tanto que religiones organizadas están en decadencia irreversible. De sus ruinas estaría naciendo un nihilismo vagamente deísta que informaría ya nuestra sociedad de tal modo, que amenaza con convertirse en la religión del siglo XXI y siguientes: un hedonismo barato, consumista, insolidario y sin anclajes en ningún sistema de valores que no sea la pura justificación del placer/beneficio personal rápido y fácil; en definitiva, el triunfo ideológico del materialismo neoliberal más crudo.
Con todo, la mayor aportación de Michel Onfray en este libro es su definición del episteme judeocristiano, sustrato ideológico presente con tal fuerza en la sociedad occidental que lastraría incluso el laicismo y hasta el ateísmo producidos en ella. Para Onfray, lo judeocristiano tiene tal fuerza cultural entre nosotros que impregna de modo pertinaz incluso los esfuerzos por marcar distancias con el fenómeno religioso. Lenguaje, costumbres, hábitos, estructuras mentales…todo estaría sumergido en esa pátina judeocristiana que en definitiva, condicionaría de modo inconsciente nuestra mentalidad individual y colectiva de modo más fuerte que la adhesión consciente a cualquier ideología, incluidos el neoliberalismo o cualquiera de sus antagonistas.
Desde un optimismo muy a lo filósofo de las Luces –es decir, con brillantez y una pizca de ingenuidad-, Onfray propone trascender todas esas miserias desde un ateísmo antropológico que devuelva al Hombre al centro de las cosas. Volteriano, roussoniano y nietszchiano "malgré lui", y sobre todo francés hasta la médula, Onfray piensa que todo se puede razonar, y que el ateísmo puede ser la luz que guíe a la Humanidad a través de las oscuridades de un milenio recién inaugurado y aún inexplorado, pero al que intuimos preñado de amenazas. Para vencerlas a todas, Michel Onfray sugiere caminar hacia un Cielo que lejos de estar Más Allá podría estar perfectamente Aquí Mismo si nosotros queremos ( "franceses, un esfuerzo más si queréis ser republicanos", sigue invitándonos el marqués de Sade a través de sus palabras).
Allons enfants…
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