?El turno del escriba?: cómo un preso aburrido inventó Asia
El turno del escriba (novela), de Graciela Montes y Ema Wolf
272 páginas, Editorial Alfaguara. Barcelona, 2005.
En raras ocasiones la novela histórica contemporánea ofrece algo más que adocenamiento, lugares comunes y anacronismos sin fin. Sin embargo de vez en cuando es posible hallar en la producción así etiquetada algunas perlas que, tal vez por criarse en semejante estercolero, refulgen con un brillo que traspasa el ámbito del género y se proyectan al de la gran literatura a secas.
Es el caso de esta maravilla que lleva por título "El turno del escriba", una novela que traza ni más ni menos que la génesis de una de las obras capitales que inauguran el mundo moderno: el Libro de las Maravillas de Marco Polo.
De entrada, los viajes de Marco Polo puede parecer un tema trillado y hasta sobado, en el sentido de que son muchos los autores que con diversa fortuna se han ocupado de la biografía y andanzas del famoso mercader veneciano, un personaje atractivo pero quizá ya un tanto gastado como materia prima novelística. Si añadimos que la novela ahora comentada es un texto escrito al alimón por dos argentinas, ninguna de las cuales por biografía y obra publicada parecería especialmente predestinada a un conocimiento exhaustivo de la época bajomedieval europea, uno tiene la impresión de que idear esta novela fue una apuesta con muchos números para concluir en un fracaso rotundo.
Y sin embargo, como decía al principio, "El turno del escriba" es más que una excelente novela histórica, una obra literaria de gran empaque. Y ello por varias causas. De entrada, sus autoras han seleccionado un enfoque inédito del asunto: el protagonista de su narración no es Marco Polo sino Rustichello de Pisa, el hombre con el que Polo compartió celda en Génova y que puso por escrito las supuestas andanzas del veneciano. En la novela Polo es un personaje secundario, apenas la excusa para que el pisano despliegue toda su capacidad de ensoñación y fabulación, puesta al servicio de una idea única y fija: escribir un libro que le haga pasar del estado de amanuense cautivo en una república de mercaderes a escritor libre y de éxito reconocido en las cortes europeas. Toda una reflexión en clave irónica –tan argentina, por lo demás- sobre el papel del escritor y sus ambiciones.
En segundo lugar, en "El turno del escriba" nos presenta una recreación extraordinaria del mundo de las repúblicas italianas en los inicios del Renacimiento. Sin abandonar la celda que comparten Rustichello y Polo, podemos casi oler el puerto, las calles y el mar de Génova, conocer a sus personajes principales y a infinidad de tipos populares, y adentrarnos en los chismes de la política y el comercio de una época pródiga en incidencias sabrosas y novedosas.
Hay pues en esta novela la reconstrucción de una época fascinante – los inicios de la Gran Era de los Descubrimientos-, y también la reivindicación de la escritura como acto creativo y ejercicio de libertad que trasciende el marco de lo verosímil y lo cotidiano.
Por último, y a diferencia de Rustichello de Pisa, al que en la novela las autoras permiten las mayores libertades del espíritu, Graciela Montes y Ema Wolf han documentado exhaustivamente su trabajo, de modo que cuanto narran brota con la certeza de que aunque no todo fuera como lo cuentan, probablemente sucedió de un modo muy parecido.
Fluidez narrativa, suave humor y un rico pero nada pretencioso vocabulario, redondean esta novela, premio Alfaguara 2005, llamada a perdurar como referente en el mundo de la narrativa histórica en lengua castellana.
En China, lo primero que te dicen la mayoría de chinos cultos es que Marco Polo fue un charlatán que jamás puso los pies en su país. En apoyo de su tesis explican una serie de circunstancias bastante contudentes, de las cuales recuerdo una casi definitiva: dicen los chinos que si Polo, que supuestamente describe con todo lujo de detalles la corte de Kublai Khan y cuanto tenía que ver con ella, incluidos su ceremonial y etiqueta, hubiera estado realmente allí, forzosamente habría hablado de la costumbre de la alta sociedad china de vendar los pies de las niñas para impedir su crecimiento, práctica que tendría que haberle chocado en tanto que europeo; y sin embargo, ni la menciona en el libro que le dictó al pisano.
Y es que Rustichello de Pisa, el hombre que inventó el Asia mítica que alimentó la imaginación de los europeos durante siglos, no podía estar en todo a pesar de poner su alma entera en el trabajo que se autoimpuso: memoria y fantasía del narrador tomaron como punto de partida retazos de conversaciones con un oscuro mercader veneciano de no muchas palabras, un tipo raro que lucía una piedra preciosa engastada en un diente, y con el que el pisano compartió celda durante apenas un año.
La verdadera maravilla, más que su contenido, fue la creación de ese libro. Este es el mensaje final de "El turno del escriba".
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