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Pedro J. Ramírez, un Pepito Piscinas defensor de la Constitución

Este texto fue publicado originalmente en Izaronews, en el verano de 2004

 

Hace mogollón de años, en aquellos tiempos en que desde los medios se desarrollaba en todo su esplendor la caza del socialista con cargo, una tarde de primavera me disponía a tomar el puente aéreo en Madrid. Mientras esperaba la hora de embarcar, me estaba tomando un café en uno de esos chiringuitos de aeropuerto cuando vi que por el pasillo que tenía delante avanzaba, emparedado entre dos escoltas, ni más ni menos que don Pedro J. Ramírez.

El ya entonces famoso director de periódico caminaba tenso, lanzando miradas entre la desconfianza y la angustia a uno y otro lado del pasillo, como si temiera que de cualquiera de los chiringuitos y tiendecillas fuera a salir de repente un sicario que le rebanara el pescuezo o le llenara el cuerpo de balas. Jamás olvidaré esa expresión de animal que se cree acosado; si ustedes han visto un reportaje naturalista en el que un ñu solitario ve cerca de él una manada de leones, ya saben de qué les estoy hablando. Desde aquél día, casi siento piedad por Pedro J.: debe ser duro ir por la vida temiendo que cualquiera de tus semejantes decida tomarse la justicia por su mano en nombre propio o ajeno.

 

Ahora resulta que a don Pedro Jeta le están fastidiando su merecido descanso en la mansión tan molona que se ha feriado en Mallorca. Al parecer, desde hace unos años el hombre tiene una finca en la isla mediterránea que, entre otros lujos, posee –o eso se cree el insobornable periodista- un acantilado para él solo. Y ahí empiezan los problemas, porque según la Ley de Costas aprobada en su día por el infame gobierno socialista -el de Mister X, ya saben- y milagrosamente aún vigente, todo el perímetro costero de eso que algunos llaman el “Estado español” es propiedad pública inalienable, y ni Dios puede construir sobre él y mucho menos, poseerlo.

 

Pero don Pedro Jeta no solo lo posee, sino que a su vera –la del acantilado- se ha construido una piscina. Y ya está liada. Porque hay ciudadanos que entienden que si la piscina está construida en terreno público, la piscina es asimismo pública. Y pretenden bañarse en ella, naturalmente, que en Mallorca en verano el sol aprieta que es un contento.

 

El año pasado la cosa se puso tan fea, que don Pedro Jeta y señora -la sin par diseñadora de trapitos doña Agata Ruiz de la Nada-, llamaron en su auxilio a su amigo el presidente balear Jaume Matas –que mira por dónde, es el mismo que les permitió construir la piscina cuando era ministro de Medio Ambiente-, para que tomara cartas en el asunto. Claro que como ya se sabe que estas cosas de los políticos van despacio, por si acaso y mientras tanto don Pedro Jeta movilizó ni más menos que al coronel jefe de la Guardia Civil de Mallorca, quien puso a su disposición un retén de guardias para que evitaran que el puñado de rojo-ecologistas que pretendían bañarse en la piscina lograran su avieso objetivo.

 

Este año la cosa pinta peor, porque parece que el gobierno Zapatero no está para permitir que alguien que viola una ley encima use a la Guardia Civil para proteger ese uso irregular. Así que don Pedro Jeta, inquieto, ha empezado a mover algunos hilos ministeriales para conseguir que le protejan de nuevo. En carta dirigida a los actuales responsables de Medio Ambiente, aduce el hombre sentirse atemorizado ante la “hostilidad de un grupo de fanáticos independentistas” (sic) frente “a quien dirige un periódico que defiende la Constitución” (sic).

 

O sea, que le sigue la caguera, para entendernos. Laxantes no parece necesitar.

 

Un servidor no puede menos que quedarse perplejo viendo a este Pepito Piscinas, eximio exponente de la perrera mediática de la derecha española para más señas, invocando su supuesta condición de valedor mediático del texto constitucional español vigente, al que al parecer pretende usar como escudo protector para la apropiación de algo que por definición legal es dominio público.

 

Cosas veredes, amigo Sancho. O como dirían en mi barrio, lo que tiene el caballero, además de mucho miedo, es un morro que se lo pisa.

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