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Del intelectual como animal político narcisista. A propósito del Manifiesto ?Por un nuevo partido po

Es sabido que Jean Paul Sartre proponía el compromiso del intelectual con su tiempo y con la sociedad que le habían tocado en suerte, y que consideraba tal compromiso como una imperiosa obligación ética (y estética, podría decirse) de quienes, en razón de su posición como referentes ineludibles para el resto de los mortales, no podían evitar el "tomar partido hasta mancharse", según los conocidos versos de Gabriel Celaya.

 

Entre paréntesis, cabría añadir que Sartre además de ser un narcisista sin remedio, fue de los que dieron ejemplo y se mancharon hasta los codos (aunque hubo otros que siguiendo su estela lo hicieron hasta bastante más arriba): el "compromiso político" de los intelectuales europeos y algunos sudamericanos de los años cincuenta y sesenta fue uno de los instrumentos propagandísticos mejor manejados por la Unión Soviética, para desespero de la potencia hegemonista rival, los EEUU, incapaz de atraer apoyos de resonancia similar. Llegados los setenta, algún italiano incluso acabó teorizando el terrorismo como vía de canalización de compromisos muy urgidos, lo que da una idea bastante aproximada de la calidad real de la aportación sartriana y de sus posibilidades como justificación de los delirios más políticamente patológicos.

 

En realidad, más que de compromiso político Sartre estaba hablando inconscientemente de cómo canalizar y hacer socialmente respetable la vanidad de quienes, desde la autocalificación de "maitres à penser", pretenden dirigir a sus compatriotas y coetáneos hacia la supuestamente mejor manera de manejar los asuntos de la "res pública". En fin, que como la vanidad y el narcisismo son pecados muy franceses pero no exactamente sólo franceses, el éxito de la concepción sartriana del compromiso político del intelectual ha trascendido fronteras e ideologías.

 

La digresión precedente viene a cuento de un suceso de nivel bastante más modesto de lo hasta aquí expuesto, pero que como se verá no deja de estar directamente conectado con todo eso. La cosa es que un grupo de intelectuales catalanes que se autodefinen como "antinacionalistas" acaba de publicar un manifiesto que, en substancia, pretende ser una especie de radiografía de urgencia de la realidad política, social y cultural de la Catalunya del último cuarto de siglo, a partir de la cual extraen conclusiones francamente apocalípticas y un tanto disparatadas, para terminar proponiendo la creación de un partido que presente una alternativa al nacionalismo catalán hegemónico.

 

Resumiendo las posiciones de esta gente, lo peor no serían las dos décadas y pico vividas bajo el pujolismo y los evidentes destrozos que esa satrapía han comportado para la cohesión social del país, sino el que tras año y medio de Tripartito de izquierdas estaríamos exactamente en lo mismo: en la pervivencia de unas políticas asfixiantes que consagran el peso opresivo y omnipresente de una ideología intrínsecamente perversa, cual sería el nacionalismo catalán, que estaría convirtiendo en parias de su propia tierra al menos a la mitad de los ciudadanos catalanes. La izquierda catalana habría traicionado a sus votantes, adoptando el discurso de la derecha catalana y dejando abandonados a sus apoyos sociales tradicionales, es decir, a las clases trabajadoras y populares del país, singularmente las masas de origen inmigrante y lengua castellana.

 

Ciertamente no seré yo quien venga a defender el régimen nacional-populista que los nacionalistas de derechas catalanes impusieron en este país, ni las consecuencias realmente desastrosas que ha tenido para la cohesión social entre las diferentes comunidades linguísticas que conviven/coexisten en Catalunya. Ni la dictadura franquista consiguió lo que sí han conseguido Pujol y su gente: generar entre amplias capas de la población catalana de origen inmigrante, incluidos sus descendientes, un profundo rechazo no sólo hacia el nacionalismo catalán en su conjunto sino hacia todo lo catalán, de modo paralelo al crecimiento de un sentimiento fuertemente anticatalán en otras partes de España (evidentemente explotado a favor propio por el nacionalismo español de derechas y de extrema derecha, tan próximo el uno al otro).

 

Tampoco defenderé el "transversalismo" social entre las élites dirigentes de la política catalana (de derechas y de izquierdas), en su inmensa mayoría procedentes del mismo sector social, la burguesía media-alta barcelonesa, y por tanto, estrechamente vinculados entre sí por infinidad de lazos familiares, educativos, culturales, empresariales y desde luego, de mentalidad, y según casos, hasta de ideología real (ese "catalanismo", que en tanto que sustituto "light" del nacionalismo catalán acoge bajo su paraguas a un amplísimo espectro de políticos, que buscan en él al mismo tiempo un certificado oficial de "compromiso con el país" y el evitarse mayores concreciones y explicaciones).

 

Pero, a pesar de sostener que lamentablemente todo eso forma parte de la realidad catalana actual, y compartiendo por tanto buena parte del diagnóstico que efectúan los intelectuales del Manifiesto, personalmente no puedo menos que discrepar de sus conclusiones. Porque, a pesar de todo, si somos serios, no podemos deducir alegremente de ahí que ésta Catalunya que nos ha tocado vivir sea una especie de campo de concentración vigilado por guardianes SS con barretina y espardenyes. Mal que les pese al selecto grupo de "intelectuales antinacionalistas", como al parecer gustan de autodefinirse ellos mismos, la Catalunya actual está muy lejos -por suerte- de esos Países Bálticos en los que una parte importante de su población (en Lituania, entre un tercio y la mitad) son "no ciudadanos", careciendo de derechos civiles por no pertenecer a la comunidad supuestamente autóctona y tener una lengua distinta a lo considerada "propia" del país.

 

La Catalunya de hoy no es un país donde una parte de sus habitantes se vean sometidos a un "apartheid a la báltica", ni cosa semejante. Una situación así es materialmente imposible, entre otras razones porque existe el Estado español, que es tanto como decir un nivel jurídico e institucional por encima del propiamente catalán. En realidad, si a algo se asemeja la Catalunya cívico-política contemporánea –de la que por cierto, el grupo de intelectuales "abajofirmantes" son parte fundamental en tanto que profesionales de cierto éxito-, es a un casino provinciano de los de antes, uno de esos tronados locales centro de reunión de "fuerzas vivas" lugareñas, impregnados de un olor rancio, denso y en ocasiones sofocante, un pestazo entre sacristía preconciliar y cuartel de somatén carlista. Repugnante sí, pero muy distinto del que emanan los campos de concentración.

 

Exageran pues los promotores, y a uno le queda la sospecha de si esa exageración no será una manera de darle a su empresa una dimensión mayor de la que en justicia le corresponde, por entidad de la misma y por la calidad de sus impulsores. Un somero repaso a la lista de promotores nos descubre un puñado de "instalados" de buen pasar y cierto relumbre: algunos columnistas especializados en cotorrear acerca de lo divino y de lo humano -incluido el apóstol local del metaperiodismo-, un antiguo editor de cómics que ahora dice ser "escritor", profesores de vuelta de casi todo, algún filósofo de guardia (muy promocionado durante el aznarismo, por cierto), uno o dos novelistas más o menos conocidos y hasta un ex hippie muy talludito; es verdad que uno se pregunta qué pinta en compañía de esta fauna un pensador y articulista serio como Félix de Azúa o un bufón simpático y en ocasiones brillante como Albert Boadella, pero en todas las navegaciones suele haber tripulantes que equivocaron el barco. Salvo las dos excepciones mencionadas, el resto de la compañía es material "intelectual" de tercera división; ningún heredero de Eugenio D’Ors entre ellos, para entendernos.

 

El inefable Felip Puig, ahora líder del sector independentista de CiU, el partido de la derecha nacionalista catalana, y ex conseller de Obras Públicas del gobierno pujolista durante la época del famoso "3%" (y por tanto, responsable directo de cosas como la génesis de la catástrofe del Carmel), ha tenido la humorada de calificar a los promotores del Manifiesto como "pijo-progresistas", es decir, como gente bien instalada que juega a ser de izquierdas. Sin entrar a valorar cuánto de pijo y no precisamente progresista hay por orígenes de clase y por habérselo ganado a pulso en el propio señor Puig, en su partido y en las clases sociales a las que representan, por una vez habría que darle, en parte, la razón: entre los firmantes del Manifiesto "antinacionalista" se alinean mayoritariamente profesionales con pose de izquierdista desengañado y cierta proyección pública previa en sectores de clases medias "ilustradas".

 

Con todo, yo diría que su aventura está llamada a ser corta. Algunos errores estratégicos de bulto cometidos por los promotores del Manifiesto condicionan decisivamente su proyecto, y pronostican un final no muy lejano para la iniciativa.

 

El primer error es quizá el más disculpable, y lo origina seguramente el voluntarioso entusiasmo fundacional y el deseo de llamar la atención como sea sobre su propuesta. El caso es que exagerar las cosas hasta la caricatura, y en ocasiones directamente hasta el esperpento, como vienen haciendo los promotores en cuantas oportunidades han tenido de expresarse en público, es simplemente regalar a sus enemigos un arma de destrucción masiva para que la usen contra ellos; desde que se empezó a hablar del asunto, la brocha gorda ha sido al parecer de obligado manejo por su parte en todas sus apariciones públicas. Y sin embargo, parece razonable pensar que convertir sus apariciones televisivas en un festival de frases desmesuradas y de gestualidades caudillistas (alguien debería decirle al señor Arcadi Espada que sus gestos en televisión traspasan la frontera del ridículo), no les ganará muchos apoyos entre la ciudadanía catalana. Por cierto que en la web que han abierto los promotores del Manifiesto, el enlace al blog del señor Espada es el que encabeza la lista de recomendados; ¿vanidad, narcisismo, infantilismo? Un poco de todo, se diría.

 

El segundo error es, empero, de mayor calado todavía, y afecta al propio mensaje que transmiten: criticar el nacionalismo catalán desde el nacionalismo español más ortodoxo es una contradicción tan básica, tan elemental, que inhabilita a los promotores del Manifiesto como alternativa política. Alzar la bandera del nacionalismo español en Catalunya es ciertamente tan digno (o tan indigno, si se prefiere) como levantar la del nacionalismo catalán; pero para los amplios sectores de la ciudadanía catalana que no comulgamos con las ruedas de molino de las ideologías nacionalistas, se trata de un acto políticamente estéril a la vez que altamente peligroso para la cohesión social del país.

 

Ese error de cálculo, el creer en la existencia de un espacio "nacionalista español" en Catalunya -que según ellos habría sido abierto por el "abandono" del PSC y del ¡PP! de sus bases electorales, supuestamente afectas al nacionalismo español-, es fruto del tercer error cometido por los promotores del Manifiesto, el último y a mi juicio el mayor y definitivo: la condición furiosamente interclasista de su propuesta, paradójicamente calcada del más puro pujolismo; como éste, los "intelectuales antinacionalistas" apelan a la comunidad nacional –española, en su caso- por encima de cualquier otra consideración, dando por supuesto que otros condicionantes, como la clase social de origen de cada cual, son de interés secundario en relación a ella. Vana ilusión de intelectuales burgueses: las clases sociales siguen existiendo, tozudas, y por encima de ellas no hay interés superior que aúne en fraternidad al empresario y al trabajador. La explotación laboral y la apropiación de plusvalías -las efectúe un "compatriota catalán", un "extranjero español", o un antiguo inmigrante reciclado en empresario subcontratista-, continúan determinando las relaciones sociales.

Da cierta vergüenza ajena tener que recordarles estas cosas a gentes que, en su mayoría, se consideran "intelectuales" y dicen haber sido de izquierdas. Alguno de entre ellos incluso se gana la vida dando clases en la Universidad. Cosas del país…

 

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