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Cervantes, Don Quijote y Barcelona

Hace ya algunos años que Martí de Riquer publicó su "Cervantes en Barcelona" (Sirmio, 1989. Nueva edición en Acantilado), un libro considerado como fundamental a la hora de conocer y entender la particular y casi amorosa relación entre el autor de El Quijote y la ciudad mediterránea desde la que escribo. En "Cervantes en Barcelona", de Riquer explora el paso del gran escritor castellano por la ciudad a través del análisis de los datos que conocemos sobre la vida de Miguel de Cervantes y también buceando en sus obras, el Quijote en primer lugar pero también en las "Novelas ejemplares".

 

Llama la atención que Barcelona sea la única ciudad que aparece en el Quijote. Al parecer, Cervantes quería llevar a su personaje a Zaragoza en el inicio de la segunda parte de la novela, pero al publicarse antes el Quijote apócrifo de Avellaneda y transcurrir parte de éste en la capital aragonesa, el autor desistió de esa localización y prefirió rematar su obra (y casi a su criatura) en la Ciudad Condal.

 

Existe una cierta polémica entre los especialistas, reavivada con ocasión de este quinto centenario de la publicación de la primera parte de El Quijote, sobre las veces que Cervantes estuvo en Barcelona y las fechas exactas en que tuvieron lugar esas visitas. Para Martí de Riquer sólo hubo una visita, y fue en 1610. Una fecha tan tardía explicaría que Cervantes tuviera tan frescos los recuerdos que le dejó esa estancia en la ciudad, y que pudiera volcarlos con tanto detalle descriptivo en la segunda parte del Quijote, aparecida en 1615.

 

Sin embargo, la mayoría de especialistas nos remiten a una visita anterior, realizada casi con toda seguridad en una fecha mucho más temprana: 1569. Por aquél entonces, Cervantes era un veinteañero fugitivo tras una riña a espada en la que al parecer hirió gravemente a un alguacil. Tuvo que poner tierra de por medio y embarcar hacia Italia. En Barcelona pasó entonces algunas semanas, quizá meses, aguardando la oportunidad de tomar pasaje en una nave que le llevara a Nápoles; quizá fue en Barcelona mismo donde se enroló como soldado.

 

El caso es que durante el resto de su vida, Miguel de Cervantes recordó Barcelona como un lugar donde al parecer fue feliz y disfrutó mucho de la estancia. Eso se deduce de los elogios que dedica a la ciudad, contenidos en diversos escritos suyos pero sobre todo en El Quijote. Cervantes llama a Barcelona "la flor de las bellas ciudades del mundo", y en la segunda parte de su libro inmortal la elogia mediante este famosísimo párrafo: "Archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, y en sitio y en belleza única".

 

Parece evidente que para un muchacho de 22 años nacido en Alcalá de Henares, que entonces era apenas un pueblecito manchego, Barcelona fue todo un descubrimiento deslumbrante. Despierto, inteligente e ingenioso como era, es seguro que Cervantes debió tener ocasión de vivir aquí lances amorosos y de hacer excelentes amistades, como ese don Antonio Moreno a quien Cervantes hace casero del caballero andante durante su estancia en la ciudad, y que al parecer existió realmente; tal vez Cervantes le conociera en su viaje de 1610, siendo ya escritor de cierta fama tras haber publicado la primera parte de El Quijote, y fuera ese el origen de los agasajos recibidos por el literato, que éste trasladó luego al personaje de su novela.

 

Todavía muchos barceloneses señalan una casa en el Paseo de Colón como "la casa donde vivió Cervantes"; se trata de una leyenda sin fundamento aunque bastante antigua, quizá nacida en el siglo XVIII. Sea como sea, no debió de haber vivido lejos de allí, porque en El Quijote Cervantes describe con toda precisión el ambiente de la zona próxima al Portal del Mar y la playa que había delante de lo que hoy es el Paseo Marítimo, y también las viejas calles de lo que ahora llamamos el Barrio Gótico y ya entonces se articulaba alrededor de la plaza Sant Jaume y del Call, la antigua Judería de la ciudad.

 

Sin embargo la ciudad oficial ha respondido poco y mal a ese cariño. Ya con ocasión del Cuarto Centenario del Quijote, en 1905, se encendió una agria polémica atizada por los nacionalistas catalanes, quienes retrataban a Don Quijote como el precedente más claro del españolismo huero y alucinado, imperialista y patético, alumbrado por el llamado "Regeneracionismo" español, surgido a raíz del desastre colonial de 1898. Pocas voces se alzaron en defensa de la criatura cervantina, y prácticamente ninguna de ellas en catalán.

 

Por fortuna, en 2005 ése rechazo absurdo –estúpido, por lo demás- no se ha reproducido, al menos con los niveles de combatividad de antaño. Con el tiempo, parece que incluso aquí se han ido entendiendo los ideales cervantinos, y valorándolos en lo que merecen.

 Por ello es aún más chocante el silencio de las instituciones oficiales catalanas en relación con el Quinto Centenario: apenas se ha organizado alguna exposición conmemorativa en Barcelona y unas conferencias eruditas, y muy poco más. La cultura catalana oficial sigue viviendo en la inopia.

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