Dalí maldito, Dalí olvidado
El centenario del nacimiento de Salvador Dalí está pasando sin pena ni gloria, ninguneado por las instancias públicas y olvidado por el gran público. Los porqués son varios y complejos.
Alguien dijo de Dalí que fue, simultáneamente, el mejor dibujante y el peor pintor del siglo XX. Posiblemente sea así. O tal vez Dalí, cuya obra inicial refleja una sólida formación pictórica, se fue desvaneciendo como artista a medida que el Dalí pintor daba paso a otros Dalís. Así, hubo el Dalí extravagante, el Dalí "ávida dollars", el Dalí libertino, el Dalí fascista….todos esos personajes convivieron juntos bajo la misma piel hasta terminar por devorar al Salvador Dalí original, el artista plástico.
Dalí fue, más allá de la pintura, un experto vendedor de sí mismo. Creó un personaje a cuyo cultivo dedicó su vida entera. Un personaje polifacético y contradictorio. Dalí terminó por convertirse en una caricatura viviente, un muñeco diabólico sobre el que el artista perdió progresivamente todo control. Pero gracias a eso se hizo desmesuradamente rico. E increíblemente famoso.
Pero no siempre fue así. Aunque desde joven parece que ya apuntaba serios problemas psíquicos –"la marca del genio", dirán algunos-, en sus comienzos Salvador Dalí apuntaba alto. Su amistad con Buñuel, García Lorca y otros integrantes de la generación irreemplazable con la que coincidió en la Residencia de Estudiantes de Madrid, le predestinaban a mucho. Su progresivo deslizamiento hacia el surrealismo –quizá culpa de Buñuel- conectaron al hijo del notario de un pueblo de pescadores con los medios intelectuales parisinos de vanguardia en la Europa de entreguerras. No es extraño que los humos –que siempre los tuvo- se le subieran a la cabeza.
A partir del inicio de su relación con Gala, Dalí comienza a construir su mundo. Un espacio personal, propio, en la selva de los artistas contemporáneos. Pretende haber iniciado la metapintura, y quizá fuera así; desbarra, aunque tampoco es el único, ciertamente. La Guerra de España le sitúa –como a tantos otros- frente a la brutal realidad: Dalí elige campo, y elige mal. Elige contra sus amigos, contra sus ideas –no políticas, en realidad jamás le interesó la política- y en definitiva, contra cualquier atisbo de cultura y civilización. Elige la barbarie de Franco porque el burgués provinciano que es tiene miedo (el miedo será muy importante a lo largo de la vida de Dalí). Acabada la guerra, aplaude públicamente la brutal represión franquista, algo que jamás se le perdonará en su tierra catalana.
Luego vienen los años en que Dalí amasa una fortuna considerable transformándose en una especie de incansable factoría pictórica. El arte ya carece de interés para él, sólo quiere dinero. Viaja, aparece en televisión, crea decorados para el cine…Se rodea de una corte de bufones que ríen sus gracias y procuran chuparle la cuenta corriente. Orgías, drogas, despilfarro. Dalí-espectáculo. Dalí-artículo de consumo para los medios de masas.
Dalí se convierte en el único pintor de la Historia que se falsifica a sí mismo. Durante una entrevista que le hacían en un programa de televisión en blanco y negro, aún en época de Franco, tuvo la ocurrencia de estampar su firma en un lienzo en blanco y entregárselo al entrevistador diciéndole: "tenga, ahora ya es usted propietario de un Dalí auténtico, pinte lo que quiera en él".
Se ha dicho que la producción pictórica dalianiana fue tan grande –miles de obras- que es imposible que haya sido ejecutada por un solo hombre. Lo cierto es que desde muchos años antes de convertirse en un fenómeno de masas, Dalí había perdido todo respeto por el arte, por el público y, desde luego, por sí mismo.
Tras su muerte Dalí ha sido cuidadosamente ignorado, especialmente en su tierra, Catalunya. No se le perdona su pasado franquista y sobre todo no se le perdonan sus excesos. En un país regido por la austeridad y la mezquidad burguesas, un personaje como Dalí nunca tendrá el reconocimiento de sus paisanos. Una vez las administraciones públicas rebatiñaron lo que quedaba de su herencia, previamente saqueada por su círculo íntimo, fue olvidado rápidamente.
En los años transcurridos desde su fallecimiento, sólo una obra de teatro de Els Joglars se atrevió a ponerlo de nuevo bajo los focos. El resultado fue un retrato feroz y divertido del Dalí mitómano, y también del mundo que le rodeaba y de su relación con las instituciones patrias.
En 2004, rodeado por un silencio institucional y popular más espeso que una "omertà" siciliana, el centenario de Dalí está pasando completamente desapercibido. Tal vez sea éste el peor castigo para alguien acostumbrado a vivir bajo la atención permanente de los medios de masas.
Ya nadie ríe las gracias de Dalí ni disputa por sus cuadros. Quizá en unos años vuelva a ser, simplemente, un pintor del siglo XX.
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