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Italia, gana La Unión: victoria de la esperanza

Era ya la madrugada del martes cuando al darse los resultados definitivos de las elecciones para la Cámara de Diputados italiana, que certificaban el triunfo de la coalición de centro-izquierda por tan sólo 25.000 votos de diferencia sobre la coalición de derechas, la pequeña multitud congregada en la romana Via dei Santi Apostoli ante la sede de La Unión comenzó a entonar el "Bella Ciao", el himno de la resistencia italiana contra nazis y fascistas durante la II Guerra Mundial.

 

Al oírlo surgir de modo espontáneo, más de un periodista extranjero debió quedarse perplejo. Dadas las circunstancias, parecería a priori más lógico que los seguidores de Romano Prodi se hubieran arrancado cantando Bandiera Rossa, el himno italiano, o incluso el Te Deum; el viejo canto partisano debió parecerles un anacronismo a enviados especiales, politólogos, tertulianos radiofónicos y otros especímenes por el estilo. Y sin embargo, una vez más, el pueblo italiano estaba demostrando su finísimo olfato político: los ideales que encarna Bella Ciao son precisamente los que han conducido esta batalla, que es desde luego mucho más que una simple batalla electoral.

 

Porque lo que Italia acaba de dirimir no es una elección corriente entre derecha e izquierda –entre "centroderecha" y "centroizquierda"-, sino entre autoritarismo fascistoide y democracia occidental. La Unión, la coalición ganadora, es la suma de las fuerzas de izquierda y derecha democráticas italianas, desde la derecha "centrista" y cristiana hasta la extrema izquierda, unidas en un combate tremendo contra el bloque que lidera el ya ex primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, bloque en el que se han integrado el conjunto de partidos neofascistas, xenófobos, meapilas y otros directamente gansteriles presentes en la política italiana.

 

La coalición de Prodi es un gran pacto que implica a 16 partidos, y que se ha plasmado en una compleja estructura organizada a partir de un núcleo central, que son los ex comunistas de la DS, el partido de mayor peso y capacidad de movilización en la izquierda italiana. Alrededor de la DS se articula el Olivo, una coalición de tres partidos de izquierda reformista. Y alrededor del Olivo se ha creado la Unión, que además de recoger toda la izquierda -socialistas y comunistas de todo pelaje, y la extrema izquierda políticamente consciente-, ha servido para acomodar a los grupos de derecha democrática.

 La Unión ha vencido por un estrechísimo margen en la Cámara, aunque no tendrá problemas ahí gracias a que Berlusconi, en la reforma de la ley electoral que hizo recientemente para evitar precisamente la victoria de la Unión, había introducido una prima en escaños para la coalición que quedara en primer lugar, aunque fuera ganando por una décima… pensando que sería él quien iba a beneficiarse. No ha sido así, y Prodi podrá gobernar en la Cámara con cierta holgura.

El problema parecía que iba a plantearse en el Senado, donde la coalición de la derecha alcanzaba un escaño más que la Unión. De ser así, la derecha podría haber paralizado la acción del Gobierno Prodi desde allí, y forzar así a corto plazo unas nuevas elecciones. Sin embargo, el escrutinio de los votos de los italianos residentes en el extranjero ha dado también en el Senado mayoría de escaños a la Unión.

 

Los espacios políticos no sufren demasiada alteración. En la izquierda, Los tres partidos surgidos del estallido del PCI (la DS, Refundazione Comunista y Comunisti Italiani) podrían sumar juntos quizá un tercio de los votantes; pero las profundas diferencias que les separan hacen imposible que entre esas fuerzas haya otra cosa que una muy trabajosa colaboración electoral y gubernamental. Los socialistas aparecen asimismo divididos, y con unos resultados aún más pobres: la coalición electoral dentro de la Unión que estableció el SDI con los radicales, ha logrado apenas sumar algunos votos más que aquellos que los socialistas tenían por sí mismos. Por otra parte, el grupo de craxianos "de izquierda", sorprendentemente sumado a última hora a la Unión, ha sido simplemente barrido. Otras formaciones menores de izquierda (verdes, pacifistas), y los partidos de derecha democrática sumados al Olivo (católicos progresistas, regionalistas, republicanos) han conseguido pequeños porcentajes, que sin embargo han sido decisivos a la hora de controlar el Senado.

 

En la derecha cavernícola que lidera Berlusconi, las cosas han ido mal para todos: retrocede Forza Italia –el partido/banda de gángsters creado a imagen y semejanza del ya ex primer ministro-, se fragmenta el voto neofascista –tres partidos se reparten la herencia mussoliniana, desde la postfascista Alleanza Nazionale hasta los seguidores de la nieta del Duce-, sufren un fuerte descalabro los nacionalistas de la xenófoba y parafascista Lega Nord, obtiene unos resultados miserables el artificial Nuovo PSI -supuestamente dirigido por el hijo de Craxi pero creado y financiado por Berlusconi-, y no terminan de arrancar los democristianos, una marca que se demuestra una vez más totalmente desacreditada en la política italiana.

 

Gobernará Romano Prodi, un hombre que es la antítesis de Silvio Berlusconi: un político honesto, serio y luchador, un católico progresista próximo a las tesis de la DS aunque conservador en materia de derechos civiles. Hace una década ya tuvo una experiencia de gobierno al frente del Olivo, que finalizó cuando Fausto Bertinotti, líder de Refundazione Comunista, dejó caer al gobierno para hacerse valer ante la DS; ni que decir tiene que Bertinotti ha vuelto al redil, aunque los celos entre los diferentes partidos que reclaman la herencia del viejo PCI no van a acabarse por arte de magia.

 Prodi necesitará mucha mano izquierda para mantener unida su coalición y a la vez poder acometer las reformas urgentes que necesita Italia. Y sobre todo, para defender el sistema democrático de las embestidas berlusconianas. Desde hace décadas el país transalpino sufre un retroceso social y económico palpable, que se ha traducido en una fuerte degradación de la política; el fascismo y la fragmentación del Estado no son hoy meros fantasmas, sino amenazas muy reales. Contra esas amenazas se ha construido con muchas dificultades la Unión, y hacia ella vuelven los ojos los italianos. Pero no hay que olvidar que en el país de la Mafia y el Vaticano, millones de personas siguen, por creencia, interés u obligación, apoyando el autoritarismo fascistoide o abiertamente fascista que hoy encarna Berlusconi y mañana cualquier otro.

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