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Ciberfascismo

La libertad conlleva servidumbres. La principal de todas, que su uso no está restringido sólo a aquellos que son capaces de utilizarla de manera racional en provecho propio y en el de los demás, sino que también está al alcance de elementos que se sirven de sus posibilidades precisamente para combatirla y, en la medida de ellas, perjudicar a los demás.

 Internet ha aportado espacios de libertad inéditos. Pero también amenazas asimismo inéditas. Cualquiera puede servirse de la red para propagar informaciones, ideas, opiniones y cualquier otra forma de expresión del pensamiento y el conocimiento humanos. Es evidente que ahí se abre la puerta a errores y tergiversaciones de toda clase. Pero peor que eso es el uso que se le está dando como ariete destructivo de la convivencia democrática. Las consecuencias pueden ser devastadoras.

Alertaba hace poco Juan Luis Cebrián sobre la proliferación de este uso espúreo, y del peligro de que la Red llegue a ahogarse en porquería. En cierto modo, éste es un debate que recuerda al que se produjo en el siglo XVIII a cuenta de la libertad de imprenta. No se trata de defender la censura, al contrario: se trata de defender la libertad de expresión frente a la férrea censura que imponen quienes avasallan las reglas mínimas que hacen posible la verdadera libertad.

 

En la Red estas reglas pueden resumirse en cuatro, y de su respeto depende el futuro de Internet como espacio de libertad y convivencia.

 

Ser veraz es la primera de ellas, vulnerada por quienes propagan bulos, infamias, calumnias y toda especie de desatinos con objeto de influir de manera artera en la formación de la opinión pública, al menos en la opinión de quienes tienen acceso a Internet.

 

No usar las posibilidades de comunicación en la Red como instrumento de agresión contra otros, es la segunda. El uso de técnicas que permiten enmascarar la propia identidad, desde el anonimato que proporciona el nick hasta el uso de programas sofisticados que borran rastros de conexión, no puede ser una garantía de impunidad para ciberdelincuentes.

 

Una tercera es el respeto a la discrepancia. No es posible –no debería serlo- que el insulto y la descalificación sean las respuestas mayoritarias que obtiene toda manifestación de posición discrepante o de réplica apenas producida.

 

Por último, el reconocimiento de que las personas suelen agruparse en ciber-sitios por afinidades y que estas deben ser respetadas por quienes no las compartan, debería tener como consecuencia la no interferencia con fines maliciosos en esos ciber-sitios de gente que no se identifica con las afinidades que allí se manifiestan.

 

La vulneración continua de estas reglas está generando en la Red un ciberfascismo de crecimiento exponencial, no necesariamente vinculado a posiciones de fascismo clásico –que también-, la acción del cual está colapsando progresivamente espacios de libertad en Internet. No sugiero que estas acciones respondan siempre a planes preconcebidos –que también-, sino que más bien serían consecuencia de la expresión sin cortapisas de personalidades con perfiles psicológicos conflictivos, que encontrarían en Internet salida para la canalización de sus dificultades de socialización normalizada.

 

De todos modos, en España tras el 14 de marzo estamos asistiendo a un fenómeno de dimensiones preocupantes. Derrotada electoralmente la fuerza política que aglutina desde la derecha clásica a la extrema derecha, y arruinado su crédito por la crisis vivida por el país entre el 11 y el 14 de marzo y la gestión de la misma desarrollada por ese partido, prolifera en Internet una verdadera guerrilla de irreductibles que, de momento metafóricamente, disparan contra cuanto se mueve en la Red y no coincide con sus intereses. Hay constancia de que algunas de estas acciones se propagan desde sitios electrónicos vinculados a medios no virtuales, demostración de que detrás hay intereses políticos y mediáticos concretos que desde el revanchismo más descarnado, creen que este es el modo de recuperar el terreno que han perdido en el "mundo real" de la sociedad española. Refugiarse en el espacio ciber y llevar a cabo en él una especie de "guerra de contrainformación" (a imitación de ciertos medios que ofrecen "información alternativa" desde posiciones de izquierdismo radical), es el nervio central de una estrategia que pretende un aprovechamiento intensivo de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, hasta ahora poco explotadas por esos sectores de derecha radicalizada, tradicionalmente ajenos a cuanto se relacione con la modernidad.

 

Uno de los efectos de esa guerra, tal vez el más evidente, es la "limpieza étnica" de opiniones contrarias o simplemente discrepantes. La injuria y la descalificación son las armas que están empleando a fondo, por ahora; otras tampoco son descartables en el futuro, en la medida que los resultados finalmente obtenidos no coincidan plenamente con los apetecidos. Las amenazas ya proliferan, y cierto guerracivilismo comienza a imperar en los modos y en el lenguaje.

 

Hay pues que atajar la infección y limpiar Internet mientras se esté a tiempo. De lo contrario, esta gangrena que está viviendo la Red no solo puede terminar destrozándola, sino además acabar traspasándose al "mundo real", con los resultados desastrosos que son fácilmente previsible.

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