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Adiós a Bad Godesberg. Se pone en marcha el proceso de refundación del socialismo alemán

Las próximas elecciones generales alemanas se pronosticaban grises, aburridas y tan favorables a la derecha, que -de forma precipitada, como se ha visto después- se decía en los medios que todo lo que había en juego era conocer la amplitud de su victoria, y si ésta sería suficiente como para que la “cristiana” CDU-CSU gobernara en solitario o si por el contrario se vería obligada a recurrir a los liberales (FDP) para completar su mayoría.

 

 

Bastó el anuncio de la formación de la Alianza de la Izquierda Alemana para que las aguas se agitasen, y para que en el aparentemente plano y anodino clima preelectoral alemán comenzaran a pasar cosas importantes. En apenas unas semanas, los movimientos han sido de tal calibre, que el panorama político en el socio principal de la Unión Europea ya no volverá a ser el de antes, suceda lo que suceda el día de las elecciones.

 

La coalición electoral que encabeza Oskar Lafontaine ha demostrado capacidad de enganche y garra popular con sólo presentarse en sociedad. No lo tenía difícil, francamente: millones de alemanes, en el este y en el oeste del país, estaban esperando algo así. La creación de la Alianza Electoral por el Trabajo y la Justicia (WASG), el partido socialista disidente del SPD, está vaciando a los socialdemócratas de apoyos populares y hasta de militantes: a miles acuden a inscribirse en la nueva formación, liderada por Lafontaine, cuyo mensaje de recuperación de las señas de identidad y sobre todo de las propuestas programáticas propias de un partido y de un gobierno socialistas, está calando hondo en las clases trabajadoras y en las clases populares alemanas. En ese sentido, la alianza del WASG con el partido postcomunista de la zona oriental, el PDS, ha consolidado un proyecto de futuro de la izquierda alemana que no se detiene en las próximas elecciones, sino que aspira a crear una fuerza política única a la izquierda del SPD.

 

El derrumbe de las expectativas de CDU-CSU –antes de crearse la Alianza de la Izquierda contaban con alcanzar la mayoría absoluta-, ha sido paralelo a la oleada de interés suscitada por la Alianza; la derecha puede, incluso, quedar fuera del gobierno a la vista de cómo está evolucionando el electorado alemán. Es importante recalcar que CDU-CSU están perdiendo el terreno ganado no porque sus votantes se pasen a la Alianza de la Izquierda –lo que sería absolutamente ilógico-, sino porque una buena parte de los abstencionistas de izquierdas están decididos ahora a votar a la Alianza; en esa ola de recuperación del voto de izquierdas incluso el SPD mejora un poco sus expectativas de voto, acercándose al 28-30%. En términos electorales, las encuestas dan a la Alianza en estos momentos un resultado global en toda Alemania de entre el 10 y el 15%, y probablemente superará el 33% en el este del país. La Alianza es ya pues la tercera fuerza política de Alemania, por delante de liberales y verdes, y sigue subiendo. Hay que destacar que hace apenas unas semanas, el WASG ni siquiera existía y el PDS tenía serias dificultades para conectar con los alemanes occidentales.

 

De todos modos, Lafontaine ya ha anunciado que no habrá gobierno tripartito (SPD/Alianza/Verdes) sin un programa verdaderamente de izquierdas, un programa que debe contemplar inexcusablemente la defensa a ultranza del Estado del Bienestar y sus servicios, y de los impuestos como instrumento de extensión de la justicia social; impuestos que han de pagar todos pero especialmente los ricos, a los que se quiere gravar de modo realmente acorde con sus ingresos.

 

Para el ala derecha y la mayoría del ala centro del SPD la alternativa de la Alianza es, naturalmente, inasumible, y por ello ya están maniobrando para que tras las elecciones se forme un gobierno de Gran Coalición entre CDU-CSU y SPD, que margine a la izquierda y permita acometer las “reformas” neoliberales que las clases dirigentes consideran imprescindibles para la economía alemana. Se trataría de formar un gobierno que se comprometa a fondo en el desmantelamiento del Estado del Bienestar y en la “desregularización” de un “mercado de trabajo” que, a su juicio, resulta excesivamente “rígido” y demasiado protector con los asalariados. En suma, se trata de constituir un gobierno fuerte, que tome medidas en el sentido de progresar de modo irreversible en la laminación de las conquistas sociales y laborales alcanzadas por los trabajadores alemanes en las últimas décadas, algo que el gobierno Schroeder no ha sabido o no ha podido llevar adelante.

 

Creen Lafontaine y la Alianza que el tiempo juega a su favor: el descontento de las masas trabajadoras y populares alemanas no puede sino crecer, y será el factor que a no tardar terminará por colocar al SPD en la disyuntiva de hacer política de izquierdas o desaparecer. La Alianza sostiene, quizá de modo un tanto ingenuo, que si se le coloca en esa tesitura, el SPD terminará cediendo y virará a la izquierda.

 

Se diría que estamos asistiendo a los primeros pasos del fin de todo un mundo, el que para la izquierda europea nació precisamente en el Congreso del SPD celebrado en Bad Godesberg en los años cincuenta. En aquella ocasión se trazaron las líneas maestras de la derechización del partido socialdemócrata alemán –y a su remolque, de la mayoría de organizaciones socialistas y socialdemócratas europeas-, vectores que en lo fundamental han pervivido hasta la actualidad.

 

Bad Godesberg fue el teatro donde el partido fundado por Lassalle y Marx, el primer partido socialista creado en el mundo, escenificó su renuncia al marxismo como método de análisis e interpretación de la realidad. Más allá de una disputa ideológica, con dicha declaración se explicitó entonces la renuncia del SPD a transformar el mundo desde la superación dialéctica del conflicto de clases; los socialdemócratas alemanes asumieron inmediatamente como sacrosantas e inmutables las supuestas verdades “científicas” que avalaban el capitalismo no sólo como el mejor sistema de producción económica y organización social, sino además como el único posible. Para los socialdemócratas de después de Bad Godesberg, al menos para la mayoría de sus dirigentes, el papel de la izquierda política en el gobierno ha de ser simplemente el de atemperar las aristas más duras del capitalismo, negando toda posibilidad de cambio social liberador de las clases explotadas.

 

Tanta ingenuidad (o compadreo, según casos) no podía mantenerse indefinidamente. El modelo socialdemócrata de apaciguamiento social está hoy agotado por completo y tiene perdido todo su crédito. Entre otras razones, porque los beneficiarios del sistema capitalista, siempre dispuestos a elevar hasta el delirio sus márgenes de ganancia neta, han lanzado una apuesta de puro regreso a los orígenes del sistema, al capitalismo fundacional, resucitando el modelo manchesteriano, el mismo que ya describió Engels en su obra maestra “La situación de la clase trabajadora en Inglaterra”: un modelo que ofrece plusvalías demenciales a los explotadores y el puro desamparo a los explotados.

Obviamente, para ese viaje al pasado que pretende hacer borrón y cuenta nueva de siglo y medio de movimiento obrero y conquistas sociales, ya no es necesaria la colaboración de la socialdemocracia oficial (salvo quizá la de algunos “conversos” bien escogidos, tipo Tony Blair y su Nuevo Laborismo). El neoliberalismo rampante viene así a poner fin a un período histórico contradictorio para la izquierda, en el cual si bien es cierto que se alcanzaron cotas importantes en la conquista de derechos para las clases dominadas, éstas hubieron de pagar el precio de renunciar a los objetivos inherentes a toda clase social: la posesión hegemónica del poder político, económico y social (en realidad, salvo experiencias muy concretas, ni siquiera consiguieron una posesión compartida del poder).

 

La Alianza de la Izquierda Alemana viene a cuestionar todo eso y a relanzar un debate que empieza a ser urgente: ¿Es posible la izquierda en la Europa del siglo XXI? Parece que el ciclo iniciado en Bad Godesberg se está cerrando, pero ¿queda espacio para una política de izquierdas?

En las próximas elecciones generales alemanas empezaremos a tener respuestas a esas preguntas.

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