Para una epistemología del odio. Sobre la violencia política aquí y ahora
En los ambientes del abertzalismo vasco, incluidos aquellos que políticamente se sitúan fuera del mundo de ETA-Batasuna, se entiende el fenómeno del terrorismo como el producto de la injerencia del Estado español en los asuntos propios del País Vasco. Sería pues el Estado español el desencadenante –y por tanto el responsable último- de la resistencia violenta ofrecida ante dicha intervención por sectores radicalizados de la sociedad vasca. Para este modo de ver las cosas, el mundo de ETA-Batasuna estaría compuesto por ciudadanos que aunque usan/apoyan métodos equivocados en la defensa de su causa, estarían sirviendo a un buen fin –la liberación del oprimido pueblo vasco- y, en definitiva, mantendrían una comunidad de objetivos políticos, sociales y culturales con el abertzalismo no practicante de la violencia.
Tal reduccionismo simplificador encuentra legitimidad histórica en el período franquista y sus consecuencias específicas –aunque no exclusivas, a pesar de la historiografía nacionalista- para el País Vasco, ignorando la evolución posterior de la historia y la política vascas y españolas. Casi tres décadas de democracia española, incluido un cuarto de siglo de gobierno vasco autónomo hegemonizado por el nacionalismo burgués, han modificado de modo tan profundo como irreversible los datos básicos del problema, aunque parte de los actores del mismo se nieguen a reconocerlo.
Importa subrayar la premisa apuntada, en el sentido de que para el abertzalismo, violento o no, el responsable/culpable del "conflicto vasco" es un elemento exógeno a la comunidad vasca, y quienes desde ella le hacen frente usando la violencia son simplemente patriotas equivocados en los medios que emplean.
La violencia, en suma, les sería impuesta a los violentos por el verdadero y único responsable del "conflicto": el Estado español.
De ahí a considerar a las víctimas del terrorismo como elementos cuya victimización sería además de lamentable hasta cierto punto inevitable, y en ocasiones incluso forzada por la propia víctima, no hay más que un paso muy corto, que desde el nacionalismo burgués (moderado, en terminología usual) suele darse con toda naturalidad. Repito que esta idea –esencialmente perversa- del victimado como responsable en todo o en parte de su victimización, o en el mejor de los casos, la consideración de ésta como fruto de una situación de confrontación que supera a las personas pero que repercute directa e inexorablemente en ellas, se cultiva exactamente por igual en el llamado "entorno radical" de ETA-Batasuna como en el del nacionalismo moderado. Los ejemplos son cotidianos, y están en los medios de comunicación y también en las conversaciones entre personas.
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La conclusión que se desprende inmediatamente es que los victimarios son víctimas ellos mismos de la intervención del Estado español en los asuntos vascos. En realidad, ellos serían las verdaderas víctimas del conflicto, pues al ser éste producido y alimentado por el Estado español (responsable último de que hayan actos de terrorismo y por tanto de los desastres personales y colectivos que llevan aparejados para todos, incluidos los respectivos entornos vitales y sociales de víctima y victimario), sería en todo caso ése Estado injerente y no quienes se oponen a su acción quienes causarían la violencia.
Quienes sostienen este punto de vista miran a los etarras no sólo como individuos de la propia colectividad que sufrirían la represión del Estado a posteriori de sus acciones criminales, sino sobre todo como personas que de algún modo habrían sido impelidas a obrar así –como asesinos, no lo olvidemos- por ése mismo Estado opresor. Así, el etarra encarcelado deviene -sean cuales sean los crímenes que haya cometido- en oveja descarriada a la que hay que reintegrar al seno de la colectividad –la comunidad nacional, de la que ha sido arrancado por el Estado carcelero- y, si es posible, en el posicionamiento político correcto, que naturalmente es el propio del nacionalismo vasco burgués.
Como habrá captado ya el lector avisado, se habla aquí de un problema relacionado más con la interiorización de determinadas mentalidades que con la política considerada en sentido estricto. De ahí su enraizamiento y fuerza, y la dificultad para interpretarlo desde el puro análisis de las estructuras ideológicas visibles.
En el fondo de toda esta ideología justificativa de la violencia subyace un común y fuerte sustrato, un componente que impregna de tal modo la cosmovisión general y el discurso político de estas personas -en la mayoría de los casos, probablemente de modo inconsciente-, que las condiciona de modo aún más poderoso y determinante que su adhesión razonada a una ideología política concreta, cual es el nacionalismo político vasco.
Michel Onfray llama "episteme judeocristiano" a este sustrato, presente en toda la sociedad europea occidental pero especialmente en las zonas donde el nacionalismo tiene potencia indiscutible. El episteme judeocristiano no es una religión, ni un corpus doctrinal organizado ni siquiera la pervivencia de unas prácticas religiosas relacionadas con una creencia concreta, el cristianismo, por lo demás en retroceso como religión organizada en Europa: es la trasposición a la "sociedad civil", supuestamente laica y descristianizada, de un conjunto de valores, modos, costumbres y hábitos mentales a partir de los cuales el individuo actúa y razona sobre sus actos. En toda Europa, y en particular en España y desde luego en el País Vasco, hay por tanto laicos -muchos- e incluso ateos –bastantes- que tienen tan interiorizado el episteme judeocristiano, que manejan sus vidas conforme a él.
En la mentalidad nacionalista vasca el episteme judeocristiano se manifiesta sobre todo en la fortaleza del concepto comunitarista como valor supremo (la tribu como referencia identitaria esencial prima sobre el individuo, cuya existencia pierde todo sentido si es vivida de modo desagregado de la comunidad nacional-Pueblo de Dios); en la consideración de que la violencia usada contra los opresores (extranjeros, y por tanto ajenos a la comunidad nacional) es menos mala que la que "ellos" supuestamente ejercen contra "todos nosotros"; y en fin, entre otros rasgos esenciales, en la asunción acrítica de todo un repertorio de mitos genésicos en los que se confunden historia y leyenda, cuya función principal es corroborar cuanto supuestamente diferencia de modo irremisible la comunidad nacional del resto de comunidades nacionales existentes en el mundo.
Otros valores de origen claramente judeocristiano considerados como "virtudes tradicionales" vascas –entre ellos, el apego a la familia, al trabajo y a la patria-, se mezclan con supervivencias culturales precristianas -culto al matriarcado, importancia de la camaradería entre hombres, lo rural como referencia ideal de vida…-, componiendo entre todos un cuadro propio aunque no exclusivo de una mentalidad esencialmente conservadora y revisionista.
3Recientemente una comisión de participantes en el Congreso de Víctimas del Terrorismo, celebrado a mediados de febrero último en Valencia, fue recibida en La Moncloa por Rodríguez Zapatero, presidente del Gobierno español. Aunque el Congreso de Valencia fue un montaje organizado hasta el más mínimo detalle a mayor gloria de la política "antiterrorista" que sostiene el Partido Popular, hoy en la oposición, Zapatero quiso congraciarse con quienes, sea cual sea su ideología, no dejan de ser ciudadanos inocentes que en su día fueron golpeados por la violencia terrorista.
Queriendo manifestarles proximidad a su dolor en tanto que víctimas, en un momento dado de la recepción Zapatero les dijo que comprendía bien lo que sentían, porque él es nieto de un fusilado por el franquismo. La reacción irritada a estas palabras que han manifestado después los más significados de entre los asistentes a ese encuentro, sorprende no tanto por su virulencia como por la cerrazón mental que expresa: resulta que las "víctimas oficiales" del terrorismo en España no entienden que el franquismo fue un Régimen terrorista que a lo largo de sus cuarenta años de existencia mató, torturó, encarceló y persiguió a millones de españoles. Compararles a ellos, las "víctimas" oficiales del terrorismo etarra con los "muertos" producidos por el franquismo, lo interpretan como un agravio, como una banalización de su condición de víctimas.
Las "víctimas oficiales" consideran pues que el único terrorismo habido en España sería el de ETA, es decir, el que ellos han sufrido. Para la mayoría de los dirigentes actuales de la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT), ligados a los sectores más reaccionarios del PP, una dictadura militar tan asesina como la de Franco sería, seguramente, la solución al problema.
Por malicia o por ignorancia, olvida esta gente que ETA apareció en pleno franquismo, en 1959, y que esa organización terrorista es precisamente una de las peores consecuencias directas de la estupidez política y de la actuación criminal del régimen franquista contra los vencidos en la Guerra mal llamada Civil. 4
La lección que se desprende de la forma en que actúan tanto los entornos de ETA-Batasuna como el del PP-AVT, es que el odio cultivado resulta políticamente rentable: difícilmente se llegarán a conformar desde él mayorías de gobierno, pero en todo caso sí garantiza una presencia pública suficiente, estable y condicionadora. Todas las ideologías que se referencian en mentalidades con componentes atávicos son de muy lenta modificación.
Unos y otros, tanto los sectores radicales del ultraderechismo español como el ultraderechismo abertzale vasco, cosechan en un terreno propicio previamente sembrado y abonado por personas fuera de toda sospecha, incapaces ellas mismas de protagonizar acciones violentas en el grado que sea… pero dispuestas a aceptarlas si son otros individuos quienes las llevan a cabo.
El problema real de la violencia en el País Vasco y en toda España, quienes verdaderamente la alimentan, no son los mundos que viven en o de la violencia, sino los ciudadanos y ciudadanas bienpensantes que desde mentalidades comunitaristas míticas (la indisoluble y sagrada unidad de España, el derecho inalienable del pueblo vasco a la autodeterminación…) prestan cobertura ideológica a las acciones pasadas, presentes y futuras de los violentos. Son ellos los verdaderos responsables sociales de la violencia.
Mientras no hayan cambios profundos en esas mentalidades colectivas no habrá fin real de la violencia, aunque puedan llegar a desaparecer orgánicamente los grupos estructurados que hoy la protagonizan.
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