Tras la sublevación militar de julio de 1936, la propaganda de guerra republicana en Catalunya intentó asociar la jornada del 11 de septiembre a la voluntad popular de resistencia frente al fascismo, pero esa iniciativa tampoco alcanzó mayor reconocimiento real que algún discurso célebre de Companys y los desfiles obligados de unas milicias obreras en las que el ardor patriótico brillaba por su ausencia.
No fue hasta los años sesenta cuando el 11 de septiembre comenzó a cuajar como jornada reivindicativa de confrontación con el régimen franquista (una más entre otras, por otra parte). A principios de los setenta, las concentraciones en la esquina de Ronda Sant Pere-Alí Bey (la estatua de Casanova había sido retirada por los franquistas en 1939) ya reunían algunos centenares de personas, la gran mayoría militantes de la izquierda y de los sindicatos. Víctor Creix, famoso jefe de la policía política franquista en Barcelona interpeló a gritos, sorprendido, a un nutrido grupo de militantes de Comisiones Obreras detenidos en los «saltos» de uno de esos 11 de septiembre: «¿pero a vosotros qué coño os importan esas historias?».
La consagración popular de esta fecha llegó en 1977, cuando una multitud de cientos de miles de personas –un titular del entonces recién nacido El Periódico de Catalunya los convirtió en un millón: "Un millón de Segadors", y a partir de ahí la cifra hizo fortuna-, marchó por el Paseo de Gràcia barcelonés bajo el lema: "Llibertat, Amnistia i Estatut d’Autonomia", el triple grito impulsado por la Assamblea de Catalunya, organización unitaria de la oposición antifranquista. A partir de ahí, el 11 de septiembre adquirió un tono de reivindicación concreta, que sólo comenzó a disminuir tras la aprobación del nuevo Estatut de Autonomia y el funcionamiento normalizado de la Generalitat como órgano de autogobierno catalán. La celebración popular fue disminuyendo rápidamente en número de asistentes en la medida en que fueron distanciándose de ella los nacionalistas moderados y la izquierda, y pasó a ser escaparate de grupos juveniles nacionalistas progresivamente radicalizados, tan múltiples como escasos en capacidad de convocatoria. Paralelamente, la conmemoración institucional fue vaciando incluso de estética la jornada hasta convertirla en una pura celebración protocolaria, aunque se reforzó en los medios de comunicación afines los aspectos épico-pedagógicos más elementales del mensaje nacionalista: TV3, la televisión autonómica catalana, llegó a programar «Braveheart» incluso en años consecutivos. Si las nuevas generaciones de catalanes tuvieran que ponerle un rostro a Rafael Casanova no hay duda de que sería el de Mel Gibson, cosa que por otra parte ya hizo el gobierno autónomo escocés en el monumento que dedicó al insigne patriota de las Highlands.
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